Categoría: Introspección
Abro los ojos, pero sigo en medio de la oscuridad. Tengo miedo, porque esto solo se puede deber a tres situaciones que barajo con frecuencia. La primera posibilidad es que el sol finalmente ha sido engullido por la Gran Sombra que Todo lo Traga, lo cual es bastante improbable, ya estaríamos todos bien muertos y sin duda, congelados. La segunda posibilidad me llena aún más de terror, quizás me había quedado ciego durante la noche. Lo había visto en una película: un niño se levantaba para ir al colegio, al abrir sus ojos simplemente no veía nada, llamaba a su mamá, ella le contestaba con un chiste y él se quedaba ahí atrapado en su oscuridad. Pero es la tercera de aquellas posibilidades la que parece ser la más razonable: me había despertado muy temprano y el sol simplemente aún no salía.
Aún tengo sueño y la cama está tibia, así que por un rato me quedo saboreando mis pensamientos. ¿Cómo sería la vida de un ciego en la Casa? Necesitaría ayuda para todo, no podría leer, no podría escribir, ni dibujar. Me tendrían que acompañar al baño. Horror de horrores.
Bajo de mi cama y adivino mi camino hasta la ventana. Yo no pido mucho, un poco de luz que me explique en qué mundo estoy, eso es todo. Es que este no es cualquier día, es veintinueve de octubre, es mil novecientos ochenta y cinco. Cuando me acosté la noche anterior tenía cinco años, pero ahora, en esta mañana ciega, tengo seis. Abracadabra, he cambiado. Es raro pensar que tuve dos, tres, cuatro y cinco. Que distinto se siente este número par sobre mis hombros, es como si pesara un poquito más que antes y mis piernas se hubiesen puesto más gordas de la noche a la mañana. Quizás para darme la fuerza para sostener tantos años.
Me apoyé en el vidrió y mi alivio llega radiante. El sol ya volvía gris los pedacitos del patio que lograban verse desde mi pieza. Solté un suspiro. Luego tuve un impulso de abrirla, pero me acordé lo que Antonio había hecho con ella, y con todas las demás ventanas. Clavadas, la Casa tenía todos sus ojos cerrados.
-Puta la huea’ -digo con la seguridad de que nadie me oye.
Yo me sé todos los garabatos que dice mi mamá cuando está enojada, hay algunos tan feo que ni siquiera me atrevo a murmurarlos. Suelto una patada contra la muralla, pero me detengo. Seis es muy distinto de cinco, yo ya no estoy en edad para pataletas. Abro la puerta y camino a oscuras por el pasillo hasta la escalera que conecta el segundo piso con la parte de la Casa donde viven los grandes y los viejos.
Primero escucho voces, luego mi nariz se llena con el olor a café. Quiero estar seguro de quien está ahí abajo. Antes era descuidado y dejaba que todos los hombres me vieran, mi mamá me explicó porque eso era malo, pero ya aprendí, ahora espero.
Escucho como se cierra la puerta que da al patio, yo me vuelvo parte del silencio de la Casa. Camino apoyándome sólo en aquellos escalones que yo sé que crujen menos. Me demoro, pero vale la pena, debo ser cuidadoso.
Evito los espacios abiertos y me meto en la cocina, me escondo detrás del mueble donde las mujeres hacen el pan. Entonces veo a mi mamá, la observo un rato. Tiene puesto su vestido sin mangas blanco con calabacitas de distinto tamaño que van del café, al rojo y el amarillo anaranjado. Su pelo no está peinado y se desordena en crespos eléctricos que le brotan como antenas. Nunca podía definir bien el color de su pelo, ¿rojo? No lo sé, pero amarillo no es, tampoco café. Algo justo en el medio de esos tres colores. Su piel es más blanca que la mía y creo que en relación al resto de las mujeres, es bastante flaca.
Ahora me está dando la espalda, no me ha visto: es mi oportunidad. Corro y la abrazo. Ella se queda quieta, paralizada al sentir mi apretón. Quizás mis manos están demasiado frías, quizás realmente la he asustado. Pobre mami.
Varios segundos pasan hasta que me mira y sonríe.
-¿Te asusté? -Pregunto.
Ella pasa una mano por mi pelo.
-Tenemos los mismos ojos -dice.
Yo me pregunto cómo podría ser eso posible, los suyos son grandes ojazos verdes y vivos. Los míos son pequeños, achinados. Pero yo tengo mi táctica para cuando ella comienza con esas cosas: continúo con mi tema, no le doy espacio para pensar.
-Ya pues -insisto-, ¿te asusté o no?
-Sí, seisañero -dice con una sonrisa completa que iluminaba su cara -me asustaste mucho, es que ahora eres muy grande.
Me besó en la frente, se separó de mí, tomó una de las tazas y comenzó su cuenta. Una, dos, tres, cuatro cucharadas de leche en polvo, una de azúcar. Agua caliente, mi desayuno. Doy un sorbo, pero tengo tantas preguntas que no me puedo esperar.
-¿Mamá?
-¿Qué? -Responde automáticamente.
-¿Mamá? -Vuelvo a preguntar -¿Mamá? ¿Mamá?
Ella no responde esta vez, sabe que estoy jugando, se remite a sonreír. Entonces suelto mi verdadera duda.
-Mamá, ¿yo fui un número negativo?
Veo una mueca muy rara dibujarse en su rostro.
-¿Cómo? -Pregunta poniendo un pan en el tostador.
-Quiero saber si fui un número negativo -insisto-, ya sabes: menos uno, menos dos, menos tres. Digo antes de cumplir mi primer año, cuando estaba en el cielo o en tu guatita.
-No, comienzas a contar desde que llegas a este mundo.
-Mamá -pregunté solamente para seguir escuchándola-, ¿cómo sabías que yo venía?
-Porque eras como un huevito que yo tenía adentro, todos te veían creciendo. Me puse muy gorda y tú pateabas muy fuerte.
-¿A quién pateaba?
-A mí, claro -dice y coloca un par de tostadas frente a mí.
Ella ha ganado, yo guardo silencio por un rato.
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Soy el único niño, he visto a pasar a otros, pero ninguno se queda. No es tiempo para que nazca nadie, eso dice Papá Bueno y mi mamá lo repite siempre mirándome. Soy su desobediencia.
El sol entra en la cocina, aún no estamos en verano, pero siento que el clima comienza a acomodarse y mandarnos puros días de calor. Yo sueño con el patio, afuera hay juegos, pero ya no salimos de la casa. Me cansé de preguntar porque, los demás adultos siempre me dicen una respuesta diferente. No creo que mi mamá lo sepa, sino me lo hubiese dicho, ella no miente. Cuando algo no lo sabe y le da vergüenza, guarda silencio
-¿Vas a querer tú regalo ahora o después de que hables con tus tíos? -Me pregunta sabiendo mi respuesta.
-¡Ahora!
Ella vuelve a construir una sonrisa. Me entrega un cuaderno de tapas azules, lo abro, en la primera página veo mi rostro dibujado por ella. Es mi perfil.
-¿Por qué salgo durmiendo?
-Es que lo dibujé anoche, cuando estabas durmiendo.
-Nunca me dibujas despierto.
-Es que te mueves mucho, además si te dibujo despierto no sería una sorpresa -dice para cerrar la discusión-. Ocupé solamente la primera página, las otras las vas a llenar tú.
Nos quedamos en silencio mientras contemplo al niño que está dibujado. Tiene el pelo negro y la nariz chica pero saltona. La espera la pone incomoda, lleva sus manos a la frente.
-¿Te gustó? ¿Sí o no?
-¡Sí! -le contesto
La envuelvo en mi abrazo nuevamente. Ella guarda silencio por un rato, pasa su mano por mi pelo y lo desordena. Me doy cuenta de que sus dientes están amarillos, ahora que lo pienso, no la he visto cepillarse hace mucho. Una mancha café se dibuja entre sus paletas. No sé porque la visión me llena de pena, si es que no tiene con que limpiarse los dientes basta con que use mi cepillo y ya.
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He estado pensando mucho en este asunto del cumpleaños. Cada adulto en la casa me debe un regalo, todos, incluso Papá Malo. Sé que él no ha venido hace un tiempo. La casa siempre se enfría un poco cuando está cerca. Ni siquiera tío Max con sus chistes logra volver a calentarla, se necesita mucha leña para eso. Esa es una situación que tengo que remediar hoy, pero ahora debo jugar a la segura, que crean que soy exactamente como ayer.
Mamá escucha ruidos en el patio. Me hace una seña, sé muy bien lo que significa. Es que durante los dos últimos años ella me ha estado enseñando muchas cosas, especialmente eso, lenguaje de señas. Tenemos símbolos para arrancar, para esperar, para esconderse, para jugar. Esta es la seña de “visitas” que no significa una amenaza realmente, pero que era mejor prevenir. A ella le gusta esa palabra.
Subo hasta mi pieza que ya está algo más iluminada. Debo vestirme apropiadamente para la ocasión. Un solo color: verde. Usaré zapatillas blancas, esa es la ropa de un guerrero. Escojo también mis armas para poder llevar a cabo la misión que me he impuesto. Los lápices de colores serán la clave de mi éxito, tengo algunos escondidos bajo mi cama, son cosas que salvé de la casa vieja.
Antes yo dormía con mi mamá, en otra pieza, en otra casa. Era muy linda, había un termostato y siempre estaba calientita. Yo era muy chico, pero me acuerdo. También recuerdo que Papá Bueno nos llevaba dulces, pasteles y otras cosas ricas. La verdad es yo solamente le digo así, todos le dicen Daniel, pero decidí darle un nombre distinto a todos mis adultos. Es que yo tenía mucho tiempo en esos días, ni mi mamá ni yo no podíamos dejar la pieza. Éramos tan tontos que ni siquiera sabíamos cómo abrir la puerta y yo me aburría mucho. Era tan chico todo cuando él quería dormir con mi mamá yo tenía que irme al closet. Claro que eso no me gustaba, pero era mejor que cuando venía Papá Malo, pero cualquier cosa era mejor que eso.
A veces ella gritaba llamando a los adultos de afuera, en esa época no sabíamos lo que había pasado. No teníamos idea del Diablo que Camina, de los Hombres Muertos y los Otros. No sabíamos que teníamos que darles las gracias a mis papás y a mis tíos por cuidarnos de todo eso que pasaba allá afuera. La verdad es todavía no lo tengo claro, hemos escuchado tantas versiones de esa historia.
Yo no echo de menos esa pieza, pero sí esos libros llenos de dibujos que teníamos, no los hemos visto en mucho tiempo. Mi mamá ya no tiene permiso para dibujar o pintar, Papá Bueno dice que todos debemos ayuda a que la Casa salga adelante. ¿Delante de dónde? Los viejos hablan así, no me gusta, es como que no quieren decir nada. pero aún así hablan mucho. Tontos.
Aires a un Donoso liviano por la casa personaje o quizás a Ende por ese niño extraño, por ese decir y no decir. Pero, más bien, es (sensei) Flores mostrando una muy buena narración.
ResponderEliminarNada más que decir, quedé expectante, quedé con gusto a poco y eso me agrada. Es una buena introducción.
Saludos.
me dejo con el gusto de saber que es lo que realmente pasaba en el mundo de este niño, pero se notaba que era muy peligro... = concuerdo con Samir estuvo bien la narrativa del relato
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