miércoles, 11 de julio de 2012

El Camahueto

Autor: Omar Vega
Edición: Sergio Alejandro Amira
Categoría: Teratología


Pleno verano y llueve a cántaros, como es común en esta región tan al sur del mundo. Cruzo el estrecho justo a la altura del puente colgante que se eleva majestuoso a mi derecha, en dirección al mar, y a la distancia diviso Ancud, con sus altas torres de oficinas y esplendida arquitectura. Desde mi volante la vista es espectacular y aún cuando las nubes obscurecen un poco el panorama, las amenazadoras olas sobre el canal de Chacao tienen una belleza primigenia. Afortunadamente los volantes son vehículos robustos, capaces de soportar un vendaval, pero al mirar el cabeceo de los barcos en ese mar embravecido siento prisa por aterrizar de una vez por todas.
El canal es una lengua de mar que separa la isla grande de Chiloé del continente americano; frontera con el mundo externo y comienzo de un lugar lleno de misterios e imaginación.Los siglos han pasado, y Ancud no parece distinta a ninguna de esas ciudades de aluminio y plástico que salpican el globo. Sin embargo la naturaleza exuberante, y algunos edificios de madera de hace siglos, llaman mi atención. En algunos lugares todavía se aprecian las viviendas tipo palafito tan típicas de la región, con muelle al mar para el bote familiar y estacionamiento de vehículos en la parte trasera. Hay zonas del antiguo Ancud que están muy bien preservadas, en las que todavía pueden contemplarse las tejuelas de alerce. Además están las iglesias de madera con la eternidad a cuesta, perfectamente preservadas gracias a polímeros que cristalizaron un día esas añosas maderas. Más allá, en la distancia, se aprecian los bosques milenarios, donde todavía merodea el pudú: el ciervo más pequeño del mundo.Pero yo no estaba aquí para hacer turismo. Una misión más importante me trajo del hemisferio norte hasta ésta remota isla del sur de Chile. El periódico donde trabajaba me había encargado un reportaje a una de las últimas machi -o chamán- de la región; la más sabia de sus pares sin lugar a dudas, que estaba en delicado estado de salud. Una machi, supe después, es el médico y sacerdote de los Mapuches, antiguos nativos del sur de Chile, conocidos por su bravura e independencia. Por trescientos años se resistieron al dominio español, y durante un siglo el estado de Chile tampoco pudo avasallarlos. Fue tanta su fama que el último poema épico se escribió en honor de ese pueblo.
Aquí en la isla mágica de Chiloé la sangre mapuche y española se mezclaron en libertad y dignidad, como también lo hicieron sus tradiciones, y sus leyendas sobrenaturales. De esa mezcla nació la raza chilota tan propia de su tierra como sus bosques encantados. Gente aventurera, marinera y fuerte, con una voluntad de hierro que les hace desafiar todos los peligros, pero también tremendamente supersticiosa, con mitos y legendas heredadas de sus dos sangres y fusionadas en una cosmología cautivante y original. La machi se había comunicado directamente con el editor en jefe del Miami Herald, que era chileno y a quien la machi conocía desde la adolescencia.

-Ema por fin está dispuesta a contar la verdad tras la muerte de Samuel Smith –me indicó mi jefe-, quiero que viajes de inmediato a Chiloé y recojas su testimonio antes que la vieja bruja estire la pata.

-¿Está enferma? –pregunté.

-Sí, desde aquel incidente llamado “la noche del camahueto”. Pero no pierdas más tiempo, infórmate respecto a este caso con tu ordenador mientras estás en camino. Vete ya Bob.

Sintiendo el llamado de la investigación antropológica, que fue parte de mi formación como periodista, empaque algunas pertenencias y me subí al primer transporte disponible, rumbo a esa remota isla. Dos horas tomó el hipersónico en llegar a Santiago de Chile, la capital del país donde estaba Chiloé, y sólo cuando arribé me vine a enterar que todavía me faltaban dos mil kilómetros más para alcanzar la isla. Arrendé un volante en el mismo aeropuerto y me dirigí de inmediato a cubrir mi reportaje. Cuatro horas más tarde cruzaba por fin el violento canal de Chacao, bajo una intensa lluvia de verano que enverdecía aún más la isla. 



La machi vivía en una apacible pero moderna casa de campo. Cerca de la casa se veía un vehículo volador esmeradamente cuidado, aún cuando algo pasado de moda. Pese a la modernidad, el sitio tenía el ambiente prístino y original de los bosques arcaicos del sur, llenos de magia y de misterio, que resaltaba aún más bajo la intensa lluvia que se precipitaba de los cielos grises. En el centro del claro cubierto de césped y ondulaciones de terreno se encontraba un rehue, el tótem mapuche que representa la escala de siete peldaños que lleva al cielo.

Golpeé a la puerta y me abrió una joven alta y atractiva, quien me preguntó en tono desconfiado –¿Qué quiere?

-Soy Bob Ramírez del Miami Herald –Le expliqué-, quiero hablar con la señora Ema Caki, la machi –dije, y luego de una pausa agregué-, ¿es usted?

La muchacha cambió el ceño en forma casi instantánea y rió de buena gana. Era una hermosa joven de piel lozana, cabello reluciente y azabache como la noche, piel bronceada clara, y unos rasgos levemente asiáticos que le daban un aire de japonesa. Era bonita en verdad y me atrajo de inmediato, pero a esas alturas nunca imaginé que el sentimiento era mutuo y menos que llegaría a ser mi esposa. Pero eso es otra historia. Lo importante en ese momento era que había metido la pata. 



 -Eres extranjero, por supuesto y aunque seguramente nos has estudiado antes de venir a estas lejanas tierras hay cosas que de seguro ignoras –afirmó en un tono amable-. En primer lugar se requieren años para llegar a ser una machi tan importante como mi madre, por lo cual yo no puedo ser la que buscas. Y en segundo lugar el apellido es Calquín y no Caki, no lo olvide. La diferencia es importante pues Calquín significa águila grande, y es el nombre tanto de nuestro clan, como de su espíritu protector ancestral.

-¡Oh!, lo siento –dije sinceramente avergonzado, en mi español agringado.

-Pero por favor, pase –invitó sonriendo-, tome asiento. Mi nombre es Nancy, y mi madre está por llegar. Fue al doctor. Usted quizás ya lo sabe, está muy enferma.

-Cuanto lo siento –contesté, sin saber que decir.

-Pero no se apene. Ella es una mujer muy fuerte, y se alegró mucho cuando supo que la iban a entrevistar, y nada menos que para un diario tan importante como el suyo.

Me senté en uno de los amplios sillones de la sala de estar; ella permaneció de pié y me pregunto.

-¿Se sirve algo? ¿café?, ¿té?, ¿un mate, quizás?.

-¿Mate? –pregunté extrañado, pues alguna vez había oído sobre una extraña bebida con ese nombre que se bebía en el cono sur. Propia de Paraguay y de Uruguay creo; más no de aquí. Pero después descubrí que en el sur de Chile beberla era una tradición que data de tiempos muy remotos. Jamás la había probado, así que la acepté.

Mientras Nancy estaba en la cocina, escudriñe la sala con cuidado. Era un hermoso lugar lleno de curiosos objetos. A un costado y a todo lo largo de la pared se extendía una biblioteca llena de libros apretados, escritos en varias lenguas. A primera vista pude distinguir títulos en Español, Inglés, Chino y Mapudungún, la lengua del pueblo Mapuche. Todos lenguajes que Ema Calquín dominaba.

El cuarto estaba lleno de todo tipo de adornos, muchos de ellos las típicas baratijas que atesoran los hogares occidentales. Mas en una vitrina primorosamente arreglada se apreciaban los tesoros de su cultura tradicional: tejidos de lana cruda en colores blancos, negro y rojo; flautas de madera; una trutruca o corno nativo; imágenes de árboles y naturaleza; y un kultrún, el tambor sagrado -hecho de cuero tensado sobre un cuenco de madera, con una cruz roja pintada en su membrana, y cuatro soles en sus cuadrantes- que sirve para invocar a los espíritus y que, en la cosmología Mapuche, es el modelo tangible del universo.

Pero algo más llamó mi atención, pues a dos metros de altura y protegido por una caja de vidrio, se encontraba un cuerno parecido al de un rinoceronte, mas con estrías como las de un narval. Parecía natural, pero no correspondía a nada que yo conociera.

-Aquí están los mates –dijo mi anfitriona, mientras se acercaba con una bandeja plateada sobre la cual había dos calabazas de plata con bombillas en su interior.

Bebí la extraña infusión y debo confesar que en un principio no me gustó. Era fuerte, mucho más que el té, la menta y otras tizanas. Además tenía un sabor amargo.

-Tal vez quiera más azúcar –sugirió Nancy.

En ese momento la infusión cambió, y empecé a disfrutar de la hierba que percibía como una sinfonía de aromas y sabores. Y desde entonces no puedo dejar de beberla a diario.

-Veo que su madre lee mucho –Le comenté a Nancy.

-En efecto, debe hacerlo –respondió ella–. Trabaja en la Universidad como profesora de lingüística. En estos tiempos el oficio de machi es sólo honorífico y no basta para sobrevivir. Es por eso que puede ver tantos libros en esta habitación, con lenguajes tan difíciles como el Chino –Me explicó mientras tomaba asiento.

Hablamos un tiempo indeterminado. Me comentó algunas de las particularidades de la cultura local, sobre sus ancestros y sobre la vida en aquel remoto paraje, alejado de los centros Urbanos.

Mientras Nancy hablaba no podía apartar la vista de su bella cara de porcelana, sus ojos rasgados, y sus labios levemente gruesos que me parecían irresistibles, así mismo como sus torneadas piernas enfundadas en aquellos ajustados pantalones. Pero como buen profesional que era controlé mis hormonas, y seguí escuchando pacientemente.

-... Además somos un pueblo de pescadores, y esto es así desde hace miles de años. Dos kilómetros al norte esta Dalcahue, pueblo que todavía mantiene un sabor colonial. Su nombre significa en Huilliche “lugar de dalcas”, vale decir: puerto de canoas. Desde tiempos muy antiguos, la gente ha vivido del mar.

-¿Sólo del mar?

-También de la Tierra. Somos agricultores y pescadores. Nuestro alimento básico es la papa, que con toda probabilidad es originaria de la isla. Se le cultiva desde tiempos inmemoriales, mucho antes que en el resto de Sudamérica, y los genetistas han encontrado muchas variedades autóctonas de la isla. Todos nuestros platos se basan en la papa.

-¿Qué me puedes contar de las leyendas de Chiloé. En mi periódico quieren que haga un artículo al respecto.

-Bueno, Chiloé está lleno de leyendas. Supongo que ya habrás oído hablar de algunas.

-Sólo lo que contaba un par de revistas que compré para documentarme. Hablaban del Trauco, el enano deforme de los bosques que ataca a las doncellas; de la Pincoya o diosa del mar que seduce a los incautos; del Caleuche el barco fantasma, y de otros seres mitológicos.

-¿Conoces a Tren-Tren y Cai-Cai? –Dijo Nancy con un esbozo de sonrisa, y con un brillo especial en sus ojos tan negros que reflejaban mi imagen.

-No –confesé.

-Son las serpientes de la tierra y del mar –explicó ella-. Tren-Tren es la protectora del pueblo Mapuche mientras que Cai-Cai es su gran enemiga. De su lucha surgió la fracturada geografía del Chile austral, plena de islas, volcanes, y lagos milenarios; hecatombe que la gente sobrevivió gracias a que Tren-Tren elevó las tierras hasta el sol.

Entonces Nancy, mirando hacia el cuerno de narval que estaba en la pared, dijo. 



-Y al Camahueto. ¿Lo conoces?

-Me temo que tampoco –dije embelesado por Nancy. Se veía tan frágil y joven; deliciosa diría yo. De su cuello colgaba una estilizada trapelacucha (o collar étnico) que me llamaba la atención, pero no me atreví a interrumpirla nuevamente.

-El Camahueto es un animal mítico de gran tamaño y mucha fuerza, capaz de llevarse montañas enteras al mar. Tiene un cuerpo como de ternero y un cuerno dorado en la frente, a la manera del unicornio, el que brilla a la luz de la Luna. Posee un pelaje corto y muy brillante, de color verdoso, y está armado de grandes garras, agudísimos dientes y una gran inteligencia.

-Me parece la descripción de un animal salvaje, pero real.

-Pues no. Sólo escucha -Me enfrentó Nancy un poco molesta-. El Camahueto nace en los ríos, pantanos y flujos de agua, prefiriendo las quebradas con esteros, y en ellos crece hasta alcanzar la adultez. Entonces migra al mar. El Camahueto surge de un trozo de cuerno enterrado, el cual al ser plantado en tierra húmeda, comienza de inmediato a crecer alcanzando su madurez a los 25 años. La tierra donde se desarrolla se humedece poco a poco y de pronto surge un hilo de agua, el cual aumenta su caudal hasta convertirse en un arroyo. Llegada su madurez, bajo la luz de la luna llena, el Camahueto rompe la tierra con furia y se dirige con fuerza imparable al mar, arrastrando a su paso árboles, rocas y montañas enteras, dejando un surco en la tierra como testimonio de su paso.

No dije nada, aún cuando quería hacer algunas preguntas. Nancy bebió un sorbo de mate, hizo una pausa solemne y continuó. 



-El Camahueto es de mucha utilidad. Los machis de la antigüedad solían buscar las fuentes de los arroyos nuevos que parecieran estar preñadas de Camahuetos, a la espera de sus nacimientos. Cuando los detectaban hacían un lazo de sargazo, el único capaz de resistir la fuerza del animal, y esperaban su salida a la siguiente luna llena. Cuando el Camahueto quebraba la tierra y forzaba su paso, el machi le laceaba, le cortaba el cuerno y le dejaba libre para que se sumergiera en el mar.

-¿Para qué?

-El cuerno del Camahueto tiene poderes mágicos. Tirando raspaduras del cuerno a un curso de agua surgen nuevos Camahuetos. También se usa como medicina, pues la raspadura da a las personas mucha fuerza y valentía, pero corren el riesgo de quedar “encamahuetados”, es decir, de volverse rabiosos o locos. También se le emplea para curar luxaciones y quebraduras. Además se le usa para hacer ungüentos mágicos, para hacer friegas y curar enfermedades a la piel. Por último, en la antigüedad cuando los brujos viajaban a tierras distantes lo hacían montados en un Camahueto.

-Y ese cuerno de narval que está en la pared, ¿es acaso de Camahueto?

-¿Lo habías notado?

-Sí. Pero pensé que era de un narval inmaduro.

-Es un cuerno de Camahueto, en verdad lo es.

-¿Una reproducción, supongo?

-No, Bob. Se trata de un cuerno de verdad. Es una oscura historia que mi madre conoce. Lo trajo a casa hace unos diez años una noche de luna llena, cuando todavía yo era una niña. Era una noche lluviosa, y todavía recuerdo la cara de mi madre pálida como un cadáver y con el terror reflejado en el rostro, portando en sus manos el cuerno dorado que ves ahí.


-¿Qué le pasó? –Pregunté, confieso, con un poco de angustia. Soy un hombre racional y jamás me han gustado estas historias sobrenaturales. Debía saber la verdad.

-Nunca me contó. Sólo se que repetía insistentemente y sin parar el nombre Camahueto. Lo repitió hasta el cansancio y luego cayó de bruces al suelo y perdió el conocimiento. Estuvo un largo tiempo aletargada hasta que conseguí que volviera en sí. No se acordaba de lo que había ocurrido, o quizás fue algo tan terrible que no quiso contarlo. Hasta el día de hoy no sé que pasó esa noche. En efecto, creo que mi madre sufrió una crisis y olvidó lo que realmente ocurrió. Jamás me comentó detalle alguno, y cuando le preguntaba respondía con evasivas hasta que me cansé de insistir.

-¿Y usan el cuerno para algo; medicina tal vez? –Inquirí de manera torpe.

-¡Jamás! Mi madre mandó hacer esa caja a un carpintero por alguna razón que ignoro. Al llegar la caja puso el cuerno en su interior y la selló para siempre. Nunca más la ha abierto desde entonces. Ignoro por que lo exhibe, y por que tiene miedo de sacarlo de la caja. Si fuera por mí hubiera quemado ya ese maldito cuerno. Es una maldición para esta casa.

-Entonces tu madre sí conoce la historia.

-Yo creo que sí –respondió Nancy con seguridad-. Además me dio a entender que pronto se sabría la verdad. Quizás te la cuente a ti. Está muy enferma y quizás lo que quiere es dejar su testimonio antes de morir.

Callé por un momento al entender la profunda pena que afligía a Nancy. No me había dado cuenta hasta entonces de lo fuerte que era, pues estaba consciente que su madre moriría pronto. Cuanta amargura alojaría su alma en ese momento pese a que se mostraba serena y amable. Altiva y segura como todos los de su sangre.

-No tendrás que esperar mucho para averiguar si lo que te digo es cierto, Bob, percibo el volante de mamá acercándose a casa. En minutos estará con nosotros.

Efectivamente, un volador se acercaba rugiendo a través de la intensa lluvia. En el venía Ema Calquín, la afamada machi. Aparcó su volador en el estacionamiento cubierto y descendió. Era una mujer altiva, de expresión seria y mirada fija. Vestía de manera europea, con la gracia y elegancia típica de un académico universitario. Solo un pequeño y estilizado collar Mapuche, o trapelacucha, revelaba que se trataba de una persona importante para un pueblo, y que todavía preservaba su tradición. Pero se veía enferma. Era quizás su palidez, o el tono apagado de sus ojos, pero todo indicaba que se aprontaba a dejar este mundo. Incluso su actitud altiva dejaba entrever la resignación ante lo inevitable. Un pensamiento irracional pasó por mi mente; por un instante estuve seguro que la enfermedad de Ema era “encamahuetamiento”. Quizás había disuelto raspaduras del cacho de Camahueto que colgaba en su living con la esperanza de tener mayor energía y sabiduría, y había enfermado. Entonces me convencí que estaba pensando estupideces y no volví a tener tan absurdas ideas; aún cuando tales visiones me acosaron en sueños por largo tiempo.

Ema entró a la sala con el cansancio reflejado en el rostro. Se adivinaba que lo único que deseaba era descansar, más la educación pudo más que su debilidad.

-Madre –dijo Nancy-, es el señor Bob Ramirez del Miami Herald. Esta haciendo un reportaje sobre nuestras costumbres.

-Señor Ramirez, que bueno que vino –Dijo Ema-, no lo esperaba tan pronto. Pero ha llegado a tiempo.

Se hizo una pausa eterna mientras la frase “ha tiempo” resonaba en nuestras conciencias. Todos comprendimos que significaba que el tiempo se acababa muy rápido para Ema.

-Nancy, voy a hablar con Bob. ¿Podrías tráeme algunos encargos desde el Continente?. Olvide comprar cosas para la cena. El señor Ramirez se quedará a almorzar.

-No tiene que molestarse, Señora –Me excusé.

-No es ninguna molestia Bob. Más si se retira antes de la cena me sentiré ofendida.

Me sentí incómodo, pero entendí que quebrar las normas de hospitalidad de un pueblo tradicional sería muy grosero.

–¿Vas Nancy?

–Por supuesto madre. Me das las llaves del volante.

–Están en el vehículo.

–Nos vemos madre; Bob. En una hora estoy de vuelta.

Nancy inclinó ligeramente la cabeza a modo despido y se dirigió hacia la puerta. Discretamente la miré de nuevo. Confieso que detuve impropiamente mis ojos en su soberbio trasero de una manera obscena. Pero nadie podría culparme pues tenía un cuerpo tan bonito, y más cuando me la imaginaba desnuda. Bueno, todavía es bella, pero entonces estaba en la flor de la vida. Cerró la puerta tras si y segundos más tarde el volador despegaba rumbo a Puerto Montt.

–Te gusta mi hija, Bob. ¿Cierto? –Me dijo Ema, mirándome directamente a los ojos, con una fuerza que traspasó mi alma. Entonces, por un momento comprendí que la parte principal del oficio de machi (o chamán) es el dominio mental que ejerce sobre las personas. Comprendí que Ema me estaba leyendo la mente, sino literalmente, al menos leyendo con precisión mis expresiones. De pronto me sentí sofocado y el rubor subió a mi cara. No traté de ocultarlo, o no pude, y le dije la verdad.

–Si Ema. Es una mujer muy bonita. Lo siento, no pude evitar mirarla.

–Está bien –Me dijo con una mirada estoica que tenía aires de pena-. Si la quieres, conquístala. Y si de verdad la amas, cuídala. Muy pronto se quedará sola y no tiene a nadie que la proteja.

Sin meditarlo mucho; o quizás hablando en forma automática contesté.

–La quiero mucho, Ema. Haría lo que sea por protegerla. Pero ella...

–Ella también te quiere. Conquístala y cuídala.

Me sentí incómodo. De pronto comprendí que Ema estaba usando sus poderes sobre mí. Quizás no fueran poderes sobrenaturales pero sí una fuerza psicológica extraordinaria. Me sentí indefenso, pero en el fondo deseaba estarlo. Más antes de ese instante no tuve conciencia que me había enamorado de Nancy. Ema sólo guió mi percepción para que reconociera ese hecho.

–Sobre todo cuídala –dijo Ema despacio, en un tono amable pero amenazador.

Entonces dijo algo que me heló la sangre y que no olvidaré.

–Si no lo haces, volveré de mi tumba y te llevaré conmigo.

Supe que no bromeaba. Solo atiné a balbucear:

–¿Acaso va a morir, Ema?

–Si. El próximo plenilunio dejaré este cuerpo viejo y vacío. Me iré al mundo de los espíritus, donde no existe el dolor. Mi alma morará en los volcanes y en el águila.

–¿Qué tiene? ¿Cuál es su enfermedad? –Atiné a preguntarle.

–Un extraño cáncer –dijo-. Una forma de cáncer que no tiene cura. La medicina formal, como sabes, sólo estudia aquellas enfermedades que atacan a millones de personas. No se preocupa de las raras dolencias de unos pocos.

Nunca tuve la certeza, pero presentí que me mentía, aun cuando parte de su discurso era cierto. Una mentira blanca para calmar una mente racional como la mía. Jamás me confesaría toda la verdad, aún cuando estuviera muriendo.

Me sentí apenado por ella. Sentí la fuerza de su resignación y la amargura de dejar a su hija sola en este mundo. Pero más inquieto me dejó lo que dijo a continuación:

–Te mandé a llamar para dejar testimonio de lo ocurrido. Si muero quiero que el mundo se entere de lo que pasó esa noche, hace ya diez solsticios de verano.

–Cuénteme entonces.

–Lo haré. Tenemos una hora para conversar. Luego llegará mi hija y no quiero que se entere. Sólo escucha y toma notas. Nada de preguntas. Al final podremos aclarar las dudas.

Obedecí. Tome mi grabadora y comencé a registrar las palabras que escribo a continuación:

–Todo comenzó hace diez años, cuando un joven empresario norteamericano, Samuel Smith, decidió hacer un parque mitológico en Chiloé. En verdad no es una idea nueva ya que la ingeniería genética permite hacer estas cosas desde hace unos veinte años. Por ejemplo, en el “Orlando Myth Park” uno puede ver unicornios, grifos y otras criaturas vivientes construidas con ingeniería genética para deleite de los visitantes.

-Pues bien, Smith compró un gran terreno al sur de Castro donde montar su parque mitológico de Chiloé. Quería crear un ambiente donde todas las leyendas cobraran vida, usando trucos holográficos, robots e ingeniería genética. Trajo consigo trajo decenas de ingenieros y contrató a la mitad de los obreros de la isla y de la región, para que le ayudaran a levantar su sueño.



-No pasó mucho tiempo para que la gente comenzara a ver maravillas. En el mar se recortaba el Caleuche en las noches sin Luna. Se podía ver al Trauco, un robot, acechando en el bosque. Y la Pincoya se aparecía en los roqueríos. Pero lo que más atraía la atención era el Basilisco: ese extraño híbrido con cabella de gallo y cuerpo de serpiente. La gente hacía colas interminables para verlo en el serpentario del parque que Smith estaba creando, esperando durante horas para tener la oportunidad de echarle un vistazo. Cuando al fin llegaban al serpentario se agolpaban en los cristales para ver ese mito convertido en realidad viviente, y se quedaban allí pasmados sin atinar a irse, por lo que los guardias debían sacarlos para dejar lugar a los que venían atrás.

-Era una bonita diversión, pero no debe jugarse con la vida. Esta nos fue confiada por los espíritus superiores, por Guenechén, para que la preservemos y amemos; no para nuestro capricho. Por eso se veía venir lo que ocurrió.

Hizo una pausa y continuó.

-Al ver el éxito que tenía el Basilisco, Smith decidió hacer algo mejor aún. Tendría que ser espectacular. Por supuesto que no podría ser la Pincoya o una Sirena, pues ese tipo de engendros están prohibidos por los derechos humanos y las leyes sobre clonación. Entonces pensó en algo mucho mejor: en diseñar un Camahueto.

-Para ello, convenció a sus inversionistas para que inyectaran más capital en el proyecto. Con el Basilisco fue fácil pues para crearlo bastó mezclar en forma habilidosa el material genético de un gallo con el de una serpiente. Sólo hizo falta un poco de esa habilidad innata que algunos ingenieros genéticos tienen en la estabilización de mezclas. El Camahueto, en cambio, era un proyecto mucho más complejo, pues tendrían que diseñar un animal desde cero. Para eso debería crear en computadora un modelo tridimensional del toro unicornio, y generar su ADN por medio de un compilador genético; un programa que transforma planos CAD directamente en secuencias de ADN. El costo de los equipos era exorbitante y, fuera de las empresas botánicas y farmacéuticas, muy pocos podían usar este tipo de herramientas. Pocos, a excepción de los mercenarios del espectáculo, como Smith.

-¿Cómo sé yo todo esto? Te preguntarás. Pues bien. Fui asesora en el proyecto del Camahueto. Ayudé a los artistas a diseñar el animal más preciso, que respetara lo más fielmente posible el imaginario colectivo chilote. Lo hicimos en CAD y lo retocamos hasta el cansancio, antes de usar el compilador genético para obtener el ADN de la criatura. Hoy me arrepiento de lo que hice, pues sin mi ayuda quizás no hubieran llegado a nada.

-¿Qué pasó con el Camahueto? No he visto que se anuncie como una atracción turística.

Ema miró a través de los cristales empapados hacia el infinito. Estaba como ida, quizás pensando en amargos recuerdos. Entonces dijo.

-No me llevaré secretos a la tumba. Es hora que el mundo sepa lo que realmente pasó. Lo que te contaré no lo conoce nadie todavía y no lo publicarás hasta que muera. Aún así, es muy probable que no lo publiques pues nadie te creerá. Eso te lo aseguro.

Bajó la vista y se recogió, como orando, o tal vez estuviera llorando silenciosamente, sin lágrimas. Entonces se decidió y ya no dejó de contarme su historia. Mientras hablaba, me miró directamente a los ojos con tal fuerza que me dolían al tratar de mantener mi vista en ella.

-El Camahueto creció sin contratiempos en el útero artificial que Smith mandó a instalar en su laboratorio en Dalcahue. Al principio no se distinguía de una criatura normal, siguiendo las mismas formas que tienen todos los mamíferos al crecer. Fue mantenido en secreto, bajo las más estrictas medidas de seguridad, para evitar que los curiosos se agolparan a verlo. Una vaca ordinaria servía de nodriza y compartía sus ubres entre su ternero y el Camahueto. En ese tiempo no era de aspecto muy extraño, pues tenía el tamaño y forma de un ternero común, aún cuando su cuerno plateado empezaba a aflorar, sus ojos rojos como la sangre inspiraban temor, y su pelaje verdoso le rebelaba como una criatura artificial.

-El animal era nervioso y agresivo. Los cuidadores tenían que preocuparse de escapar de sus cornadas, y varios cercos fueron destruidos por su impetuosidad. Pero a pesar de todos los problemas Smith estaba feliz. Al fin tendría su criatura.

-Cuando el Camahueto tenía 18 meses se encontraba casi en estado adulto. Era una preciosa criatura que sólo podía sujetarse gracias a cadenas de acero y anclajes. Todo iba bien entonces, y hubiera seguido de esa forma si no hubiera sido por la estúpida decisión de Smith de celebrar el gran logro de la ingeniería genética moderna; como él lo llamó. Decidió que en el siguiente plenilunio se haría una ceremonia para celebrar la encarnación de la leyenda. Y siguiendo la tradición de los antiguos machi que atrapaban a los Camahuetos en soledad, muy pocos serían invitados al ritual intimo. De hecho sólo estuvo Javier Sánchez, jefe de genetistas, Samuel Smith y yo.

-Me sentía incómoda esa noche pues presentí que algo extraordinario iba a ocurrir. Tenía los nervios de punta y podía sentir como los pelos se me erizaban. Después de todo estábamos bajo en Luna llena; la noche del Camahueto.

-Después de cantar una rogativa, para darle solemnidad a la ocasión, Smith pronunció un pequeño discurso haciendo énfasis en la voluntad del hombre para cambiar la naturaleza. Estábamos lejos del pueblo más cercano, en un cerro cerca de la playa, y esa noche la luz de la Luna daba un aspecto mortecino a los negros árboles y oscuro mar. De pronto sentí una fuerte presión en el pecho y un escalofrío que me recorrió la espina dorsal, ya había tenido esta sensación en un par de ocasiones, y en ambas fue en presencia de seres sobrenaturales.

>>–Hay alguien más con nosotros –le dije a Sánchez y Smith.

>>–¿Un intruso? –preguntó Smith.

>>–No, para él los intrusos somos nosotros –dije señalando a una figura envuelta en un chamal y provisto de un trarilonko que envolvía su cabeza. Estaba de pie, como una estatua de piedra, a unos cuantos metros de donde nos hallábamos.

>>–¿Es un brujo acaso? –preguntó Sánchez mientras yo fijaba la vista en ese cara semejante al cuero curtido, y en esas dos llamaradas rojas que encendían su negro rostro.

>>–No es un brujo, es un Weküfe, un demonio –respondí sintiendo náuseas y mareo por haber visto a los ojos a esa encarnación del mal– su presencia no augura nada bueno, será mejor huir…

>>Pero era demasiado tarde, la visión del Weküfe nos distrajo del hilillo de agua que caía desde las cumbres para dar al mar lo suficiente como para desencadenar la tragedia. De pronto el Camahueto comenzó a mugir y a contorsionarse desesperadamente para deshacerse de sus cadenas, o al menos para sacarlas de sus anclajes. Era tanta su furia que su mirada helaba la sangre. Echaba espuma por la boca y su hocico mostraba arañazos sangrantes. En un instante la celebración terminó para transformarse en una tensa espera. Temíamos que algo iba a suceder y que lo haría muy pronto. Es más, creo que todos, incluyendo al Weküfe, sabíamos que pasaría, aún cuando nuestras mentes humanas se negaran a aceptarlo.

>>Entonces, sin mayor preámbulo, una bestia del doble del tamaño que nuestro camahueto artificial abrió con estruendo su tumba de tierra, piedra y musgo, y salió libre, como una aparición bajo la luz de la luna. Era de un verde fulgurante y su cuerno brillaba como el oro. Nos miró con sus ojos demoníacos y sin mediar instante atacó. Fue tan fuerte su embestida que destrozó a nuestro Camahueto de dos cornadas. Con el siguiente ataque le quebró el cuello a Sánchez, quien murió entre las convulsiones más espantosas. Y sin bastarle eso, a la siguiente arremetida corneó en el vientre a Smith, atravesándolo con su cuerno y lanzándolo lejos. Entonces por diez interminables minutos destrozó a nuestro Camahueto hasta que no quedó de él más que hilachas de piel, vísceras y sangre, todo bajo la atenta mirada del impasible Weküfe. De pronto el Camahueto se detuvo, miró hacia donde me encontraba y yo respondí su mirada con todo el odio de mi alma. Sin saber porqué, la bestia me dio la espalda y se dirigió al galope al mar, arrasando con todo lo que quedó a su paso. Lo último que vi. del Camahueto fue la espuma que marcaba el lugar donde entró a su reino oceánico. 



-¿El brujo y el camahueto eran reales?-Pregunté.

Ema me miró incrédula, y no contestó a mi estúpida pregunta.


-Entré en shock y no recuerdo que pasó después. A mi hija jamás le conté la historia, y ella cree la versión oficial, la que apareció en los periódicos. Nancy me dice que me vio llegar con el cuerno sangrante del Camahueto a casa. Con la mirada perdida. Sólo de una cosa estoy segura. El cuerno que está en la vitrina es del Camahueto artificial que construimos con Smith; lo sé pues yo misma lo diseñé.De pronto escuchamos un volador llegando a la casa. Era Nancy que volvía de sus compras en Puerto Montt.Nunca más volví a hablar con Ema del asunto, pues ella murió seis días después de la entrevista, en plenilunio. La enterramos en un día sin lluvias pero de cielos grises, en un pequeño cementerio cerca de Dalcahue. Una machi hizo las rogativas y un cura católico recitó el Salmo 23 que reza “El Señor es mi pastor…”. Puse una rosa roja en su urna como señal de respeto.Durante días revisé los recortes de prensa, los cuales contaban que el camahueto artificial se había soltado y que había matado a Smith y a Sánchez. La bestia se habría degollado al tratar de quitarse una última cadena para quedar libre. Sólo eso se dijo; todo parecía simplemente un accidente que encajaba con lo racional. Sin embargo había detalles que no cuadraban, pero no quise averiguar más. No quería confirmar mis sospechas.Nunca me alejé de Nancy. Respeté su duelo, pero tiempo después nos casamos en una ceremonia que reflejaba las costumbres Chilotas, Mapuches y Católicas. Hoy estamos en Miami y tenemos tres hijos. Viajamos a menudo a Chiloé a visitar familiares. Pero jamás estamos en la isla en noches de Luna llena.                                                                              






3 comentarios:

  1. *o* maravilloso e inesperado. Valió la pena leerlo completo. Costo es sí. Tiene un buenos giros inesperados que sorprenden... En fin saludos

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  2. Interesante cuento. Lo que sí, no creo que califique como ucronía, más bien parece estar ambientado en un futuro cercano por la tecnología que describes, Omar.
    La primera pista de que estamos ante un cuento futurista es que hables de la "última machi", sin eso, la atmósfera y narrativa encajan muy bien con la de cualquier crónica periodística. Y lo de los "voladores" confunde, pero luego se entiende que se deja a la imaginación.
    Luego cuando vemos a la machi dar explicaciones sobre la dinámica de la ingeniería genética apreciamos los toques sci-fi más propios de Omar, que no tardan en fundirse con elementos fantásticos.
    Y en lo personal, el final pudo ser mejor.
    Otra cosa, encontré unas cuantas faltas: "¿Podrías tráeme", "Trajo consigo trajo" y "vi. del Camahueto".

    Saludos

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