miércoles, 19 de octubre de 2011

El parque de diversiones

Autor: Quique Alvarado
Categoría: Lúdica

Verde. Unos gorriones volaron bajo y aterrizaron cerca de las piernas del cartero en donde éste había desmenuzado y tirado los trozos del pan que tenía destinado para colación. Amarillo. El viento otoñal desordenaba con total libertad las hojas caídas que ya no iban a ser apiladas para su incineración. Rojo. Una página de diario, arrastrada por el viento, llegó a sus pies como si la misma naturaleza quisiera explicar al hombre la razón de todo lo que había pasado. Verde. Y en un pequeño artículo, la halló.
Entre las informaciones económicas en la que una vez más se destacaban las cifras en alza de la economía, se mencionaba la movilización de tropas en las costas del sur. Amarillo. Y los nuevos y revolucionarios arsenales que llevaban un círculo de ese color en los costados. Rojo. Ante las voces de alarma de algunos grupos contestatarios de personas ajenas al espíritu democrático, los legisladores llamaban a la calma y a la confianza –verde– de la gente. Otra foto mostraba los grupos de personas rodeados de agentes del orden público. Amarillo. Por primera vez viendo la foto, les miró bien las caras.

Rojo, era el tinte de una camisa manchada de sangre, y ésta manaba de una herida en la frente. El manifestante lesionado sostenía un cartel que decía “paz”.
Verde era el color de los uniformes de los que reprimían.
Amarillo era el cielo sobre ellos.
Rojo. Otra foto mostraba el intrincado diseño de una bomba, una bomba nunca antes vista, cuya descripción celebraba el avance científico en materia de seguridad. Los experimentos siempre garantizan nuestra seguridad.
El verde césped había sido cortado el día anterior y despedía un agradable aroma. Los picos amarillentos de las aves seguían recolectando los pedazos de pan y, mientras el cielo enrojecía con los tonos de la tarde falleciente, el hombre soltó la hoja de diario que sostenían sus manos.
Su mirada quedó atrapada otro instante más en el incesante juego de luces. Y otra vez se había quedado sentado en aquella plaza porque consideró que era un buen sitio para comer el pan que llevaba destinado para su colación; pero, al sentarse, reparó en el aparato de colores que apuntaba a alguna parte, a algún automóvil que no tardaría en llegar.

Y así había pasado el día entero.

Y las luces no dejaron de prenderse al ritmo del “verde, amarillo y rojo”. Y ningún vehículo se acercó a la esquina de los colores repetitivos. Y él se quedó en el juego, mientras los pájaros devoraban las migas y las hojas de diario eran arrastradas por los caprichosos vientos. Otra vez los mismos colores, Amarillo, rojo y verde.
Y cuando por fin se convenció de que nadie vendría a detenerse con la luz roja, o avanzaría con la verde, o aminoraría la velocidad con el amarillo, se levantó del asiento de la plaza y caminó rumbo a su casa.
 Me aburrí de jugar – le susurró al semáforo al pasar.

2 comentarios:

  1. Esta sumamente interesante lo que propones igual,como a veces los colores cuadraban con lo que se describía en este juego medio extraño, pero se me hizo confuso al leerlo xD. En fin cada loco con su tema...

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  2. Un relato lúdico, experimental, poético y urbano, en la línea poética de Samir y un gran editor sonoro. Una pieza incomprendida de Chilenia.

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