Autor: José Luis Flores
Categoría: Infancia
En mi puerta aparecen regalos tan anónimos como irrelevantes. Un cohete de papel, un paquete de galletas de soda. No es necesario que me digan quienes fueron. Yo lo sé, son los mismos que susurran mi nombre, son los mismos que hablan todo el tiempo a espaldas de mi mamá. Ya tendré tiempo para pensar en ellos, cuando termine mi máquina.
Como dice mi mami, tengo que ser más ordenado. Concentrarme a dónde quiero llegar, o mejor dicho: a quien quiero llegar. La respuesta es fácil. Es que me gusta el tío Max porque no me da miedo. Es gordo y siempre está sudando. Solamente tiene tres dedos en su mano izquierda, que parece un botón rosado, retorcido y brillante. Mi mamá dice que es de mala educación mirarlo tanto, ¿pero como dejar de hacerlo? El viejo huele a dulce, a fruta pasada, a mermelada de durazno. Su piel tiene el mismo color que la leche con vainilla y se puede adivinar debajo de su barba. Es viejo y sus pelos son de varios colores, van del blanco, al gris, pasando por algo así como el amarillo sucio. No se afeita hace meses, el mismo tiempo que lleva en la pieza. Eso les pasa a todos los viejos, por eso hay una pieza especial para ellos. Ya no sale a buscar comida. Los hombres se ríen de él. Es flojo, lento, él dice que es porque le duelen las piernas, yo no me creo nada.
Me dijeron que era hebreo pero que se le quitó cuando lo bautizaron. Me alegra mucho, porque esas cosas raras no les gustan a mis papás. Mi tío Max vive asustado, así que no quiero caerle de sorpresa, hago mucho ruido y me dejo ver. Sus ojos chicos desaparecen por completo en una sonrisa cuando me saluda. Por alguna razón le da gusto verme.
-¿”Estamos” de cumpleaños? -dice congelado en su mueca similar a una sonrisa.
Me molesta eso de estamos, pero me lo callo. Asiento, me pide que le muestre lo que me han dado, le muestro las galletas, el avión, pero nada digo del libro, o del dibujo de mi mamá. Uno no puede ir por la vida revelando sus secretos.
Me siento justo frente a él, lo hago como me enseñaron: piernas juntas, manos sobre las rodillas, mirada al frente. Respiro profundo tres veces y digo lo que quiero de él.
-Quiero que me las muestres.
Se hace el tonto, me dice que tiene dulces guardados en su almohada. Respondo que sabe lo que quiero, que necesito saber. Yo soy un chico duro y pongo mi mejor cara de palo, él pierde su sonrisa, sabe lo que estoy pidiendo. Su labio titita un poco. Un globito de saliva se levanta de su lengua y se posa en su labio inferior, como un equilibrista transparente, revienta en silencio.
-¿Quién te contó? -pregunta.
No le respondo, respiro tres veces nuevamente. Tengo que apegarme a mi plan.
-¡Muéstramela! -grito.
Ya me tiene miedo. Me da la espalda y comienza a desabrochar su camisa. Le pido que se dé la vuelta, pero no me escucha. Cuidadosamente deja su ropa sobre la silla. Me gusta el tío Max, es ordenado, su humillación no es ruidosa.
-¡Acércate! -ordeno.
El duda, pero ya he conseguido mi objetivo. Puedo ver su pecho, adornado por unos pelos que parecen hechos de virutilla plateada. Pero lo que me interesa son sus cicatrices: marcas de uñas y aureolas de mordeduras se dibujan sobre el pequeño elefante.
Me mira con molestia, no le gusta su desnudez. Es pecado, lo sé, pero disfruto ver su cuerpo redondo, es una persona, pero también es un chiste que camina.
-¿Son dientes?
Mueve la cabeza, pero por mi expresión sabe que debe decirlo. Debe transformar sus secretos en verdad. Los necesito para mi máquina.
-Son dientes.
-¿De quién?
Abre la boca suelta un gemido delgado, no se atreve a contestar, esta vez no le obligo a responder. Siento pena, pero no puedo irme así no más.
-No me puedo quedar con tus heridas -digo-, dame algo.
El viejo se pone su camisa, se rearma. Es como los rompecabezas que hacemos con mi mamá, si le sacas una pieza queda una figura fea. Camina hacia el closet. Mete su mano buena y saca su tesoro, lo exhibe frente a mí. Son dos dientes, uno está quebrado y tiene la base negra.
Tomo mi recompensa y la meto en mi bolsillo. El viejo se arrodilla frente a mí. Creo que me he equivocado, no huele a dulce, es basura, huele a verduras pasadas. No, ya no me gusta el tío Max.
-Son del primer monstruo que tuve que matar cuando vino el ruido-dijo cerrando sus ojos.
Me levanto frente a él, lo miro, miro sus ojos líquidos, miedosos.
-Te los voy a dar.
Gotitas de su saliva van a dar a mi cara, a mis labios, quiero limpiarme, pero me aguanto. Nos quedamos ahí tiesos un buen rato, entonces el vuelve a sonreír. Se apoya en mí para ponerse de pie.
¿Y si le pido disculpas? ¿Y si le pido que vuelva a ser mi tío Max? No funcionaría. Para terminar mi máquina tengo que tener fe y hacer sacrificios. Me recuerdo que esto no lo hago por mí, esto es por mi mami. Tengo que apurarme.
Me duermo un momento, escuchando de fondo el motor del generador. Rezo: Luz es vida, luz que nos recuerda a la otra luz, esa que se fue. Escúchame Dios, si regresas por mí, te prometo ser bueno con mi mamá, con mis papás, hasta con mi tío Max. Por favor vuelve y perdóname.
Cada vez más expectante a la Saga de 1985. Esperando el siguiente capítulo.
ResponderEliminarCreo, digo, estoy seguro que es parte de "Las Bestias", por tanto dejo el link al grupo de Facebook de la novela de JL Flores http://www.facebook.com/Bestias.
Saludos.
Como me esta gustando como se estas tejiendo esto..... O.O que emoción podemos decir que Mister Flores es el stephen king chileno? (bueno me dio la impresión de eso) en fin espero que todo este bien saludos
ResponderEliminarQue tierno y que terrible. Es una historia dura, pero lo bueno que está tan bien escrito, que puedo leerlo.
ResponderEliminarCreo que JLFlores puede contar lo que quieras, es por lejos de los mejores escritores que tiene Chile, aunque no se diga, yo lo digo.
Quiero saber cómo sigue, en que termina :D
ResponderEliminar