Autor: Jorge Araya (@DrBlood)
Categoria: Conspiración
En la alcantarilla que recibía el drenaje del Ministerio de Defensa,
José terminaba de armar una especie de armadura gigante. Su esperpento
podría parecerse a un traje espacial de los que usaban los astronautas
de la NASA, pero los recursos y los conocimientos con los que contaba
no le permitían esa denominación. José había trabajado en muchos
oficios durante su vida, relacionados con la reparación de artefactos
de toda índole. Hijo de un maquinista de Ferrocarriles del Estado, su
existencia no había sufrido mayores sobresaltos hasta el fatídico golpe
militar de septiembre de 1973. Ese mismo año su padre fue desaparecido
y encontrado con una herida de bala en la nuca, sólo por haber
trabajado para ferrocarriles el año en que llegaron armas a Chile desde
Cuba. En esa época fue acusado de robar algunas armas pero luego fue
sobreseído al no haber pruebas suficientes en su contra. Al año
siguiente le tocó a José pasar por algo similar a lo de su padre: fue
secuestrado y torturado, pero a diferencia de su progenitor fue dejado
vivo para servir de escarmiento a quienes quisieran pasarse de la raya.
A
partir del momento de su liberación, José empezó a preparar su
venganza. Lo primero que hizo fue avisarle a su familia que se iría a
la clandestinidad para no cumplir los deseos de sus captores y que su
imagen no escarmentara a nadie. Luego de pensarlo un tiempo decidió que
lo mejor sería vivir en las alcantarillas, pues alguna vez también
trabajó en ellas así que las conocía bien y sabía de lugares olvidados
en que podría tener un pasar más decente que el que tuvo cuando fue
torturado. Y cuando supo que todos aquellos que lo torturaron habían
sido asignados al Ministerio de Defensa, eligió una cloaca cercana para
tener cerca el estímulo para recordar, además de los estigmas en su
cuerpo, el fin por el que había elegido esa vida. Allí, en ese agujero
maloliente y oscuro, José se dedicó a trabajar en su venganza, usando
todas las artes que había aprendido en sus treinta años de maestro
chasquilla y cuarenta de vida.
En la alcantarilla que recibía el
drenaje del Ministerio de Defensa, José terminaba de armar una especie
de armadura gigante. Tres años se demoró en desarrollar esa creatura
que lo contendría en su interior, y que gracias al mecanismo de vapor
que le instaló, multiplicaba su fuerza por veinte, tal como los
ferrocarriles que manejaba, reparaba y amaba su padre. El momento había
llegado, ya estaba dentro de su invento, con el depósito de carbón
repleto y el vapor saliendo por entre los remaches. Al cerrar el casco
inició su marcha por el túnel que lo llevaría a lo que probablemente
sería su destino final.
En el Ministerio todo seguía su curso
normal, sin mayores sobresaltos que los ocasionales gritos de algún
general hiperventilado que creía que todo el gobierno giraba en torno
suyo. De pronto un violento estruendo en el sótano despabiló a quienes
babeaban a las diez de la mañana en sus máquinas de escribir. Gritos
destemplados, ráfagas de ametralladoras, disparos de revólveres, y un
extraño ruido como de pistones de tren viejo desconciertan a todos en
las oficinas que rodeaban a la 105. Cuando los soldados de guardia se
acercaban corriendo con sus armas en ristre, otro estruendo sacude el
piso y las paredes: por el marco de la puerta pasa una especie de robot
gigante que se lleva gran parte de la muralla consigo. Sus casi tres
metros de acero magullado por las balas y sus articulaciones movidas
por pistones a vapor fueron imposibles de detener por disparo alguno,
siguiendo su camino hacia la puerta de salida y enfilando hacia el sur
por calle Bulnes con rumbo incierto. Cuando el oficial pasó al lado del
monstruo para entrar a la oficina se encontró con un panorama dantesco:
los seis militares que trabajaban en el lugar yacían en el suelo
gritando desesperados de dolor. Al centro de la oficina las seis manos
izquierdas estaban amontonadas, casi ordenadas, bañadas en sangre. En
ese instante comprendió por qué el robot llevaba una sierra circular en
vez de mano izquierda, y por qué tenía grabado en su pecho tan peculiar
nombre: Galvarino.
Que maravilloso escrito, verdadera un mente es una justicia poética lo que escribió blood, con elementos de steampunk ^^. Vale por compartirlo saludos
ResponderEliminaravanza, nunca engancha y termina... da más la impresión de que es un extracto o un capítulo algo que un relato en sí...
ResponderEliminarLamento desilusionarte dos veces en un solo relato robjjct pero no, no es parte de nada sino un todo en sí mismo.
ResponderEliminarBlood
Interesante, buen relato, doc.
ResponderEliminarQuizás la idea no estaba mala, pero pudo haberse desarrollado mejor. La narración pierde un poco al cambiar drásticamente los tiempos verbales, y la imagen del enemigo se desdibuja con eso de generalizar a los soldados.
ResponderEliminarEl punto mas débil lo encuentro en la descripción de la máquina, poco precisa.
Más parece un articulo de diario.
Por lo demás, la idea de un trabajador en una alcantarilla, buscando una venganza planificada, me pareció genial.