Autor: Omar Vega
Categoría: Crítica literaria
A Philip K. Dick lo
fui conociendo de a poco. Mis primeros encuentros con su literatura
fueron muy chocantes, pues lo comencé a leer por ese bodrio de culto
llamado “¿Pueden los androides soñar
con ovejas eléctricas?”, que se hizo
famoso con la versión cinematográfica llamada Blade
Runner. Después de una vida de leer a
Asimov, esa novelita patética me resultaba poco menos que obscena.
Describía un mundo futurista de robots humanoides en una tierra
destruida por la radiación, donde la gente vivía como ratas en
galerías subterráneas, y el protagonista cuidaba su fertilidad con
calzoncillos de plomo. Por si fuera poco, el jovencito se dedicaba a
matar humildes robots que se creían gente; quizás lo único digno
de querer en aquella novela. ¡Qué infame!.
Pero, poco a poco
fui cambiando de opinión sobre Dick. Después de escuchar al coro de
sus seguidores, entre los cuales se contaba una legión de escritores
de ciencia ficción, llegué a pensar que estaba equivocado.
Entonces seguí su lectura con Clanes de
la luna alfana, que narra las
peripecias de una casa de orates ubicada en una lejana luna, que se
convierte en un estado independiente, y que se parece muchísimo a
los estados de la humanidad sana. ¡Y ese libro si me encantó! Pues
siempre he creído que el homo sapiens está chiflado. Después
seguí leyendo sus obras, incluyendo muchos de sus cuentos clásicos,
además de Ubik,
Valis y
otras novelas, y me siguieron gustando, y quizás un día hasta
cambie mi juicio sobre aquellas sus patéticas “ovejas eléctricas”.
Una de las últimas
novelas que leí de Dick fue El hombre
en el castillo, que es la novela más
famosa de este autor, por la cual recibió en 1963 un premio Hugo.
Ahora pienso que debió ser la primera, pues se trata de su novela
más famosa. El hombre del castillo
es una ucronía, vale decir una realidad histórica alternativa. En
ella los nazis y japoneses ganaron la Segunda Guerra Mundial y se
reparten Estados Unidos por partes iguales. Los alemanes se quedan
con la mitad oriental, comenzando por la costa este, y los asiáticos
con el resto.
Ahora bien, lo
original de esta novela no es que se trate de una ucronía, pues este
último es un género muy conocido en la literatura; se trata de un
género literario por derecho propio que tiene una larga tradición.
Se equivocan quienes piensan que las ucronías son parte de la
“ciencia ficción”, pues aquel género le antecede
cronológicamente, y las fantasías históricas tienen poco que ver
con las fantasías científicas. Sin embargo, en esta novela en
particular confluyen ambas ramas de la ficción en una obra maestra.
Para los curiosos,
se dice que la primera ucronía escrita está en el libro 9,
secciones 17-19 del libro Ad Urbe
cordita (25 a.C.) de Tito Livio, y que
relata la ucronía de Alejandro expandiendo su imperio hacia el
oeste, en vez de al Asia. En el medioevo, la novela caballeresca
Tirante el Blanco
(1490) de Joanot
Martorell, narra la recuperación de Constantinopla de manos de
los turcos. Luego está Epigone,
histoire du
siècle futur
(1659) de Michel de Pure, la primera utopía
ambientada en el futuro, y una de las primeras en jugar con futuros
alternativos. Sin embargo, se considera que el verdadero fundador de
las ucronías fue Louis Geoffroy, quien en 1836 publica Napoleón
y la conquista del mundo, en la cual Napoleón
no sólo derrota a Rusia sino también a Inglaterra y establece su
imperio universal. Otro relato pionero fue el cuento Hands
off (1881), de Edward Everett Hale, donde el protagonista después
de morir es liberado de las cadenas del tiempo, y viaja al pasado
guiado por un mentor, quien le devela numerosas ucronías. Desde
aquellos tiempos las ucronías se hicieron muy populares, y aparecen
en forma reiterada en la literatura.
La primera ucronía que leí me atrajo
nada más por su portada. Se trataba de Procurator (1984) de
Kirk Mitchell, cuya principal tesis era que el imperio romano había
sobrevivido. Procurator mostraba a los romanos peleando contra los
germanos en el mundo moderno, y a galeras con motores diesel
deslizándose a gran velocidad por los campos nevados de Europa
central. Me pareció una novela interesante, pero nada más. Sin
embargo, todavía me encanta su portada.
Años después leí Fatherland
(1992) de Robert Harris, un best seller y una maravillosa
ucronía que describe el Berlín de postguerra de una Alemania que
había hecho la paz con los aliados, y donde Hitler había cumplido
su sueño de construir la monumental ciudad de Germania. Una
excelente novela, y muy realista, a pesar que describe a nazis
reformados y civilizados, que olvidaron su sangriento pasado y que
disfrutan de un brillante presente. Entonces no sabía que quizás
Dick había inspirado la trama de la novela de Harris. Como en tantas
cosas, Dick fue un pionero.
El hombre del castillo es la historia
alternativa del Estados Unidos ocupado por Japón. Los japoneses
tratan de manera decente a la población local, pero incluso aquí se
sufre las presiones de los nazis, que no han cambiado en lo más
mínimo desde la guerra. Los japoneses influyen a la población local
con sus costumbres, en particular con el uso del oráculo llamado I
Ching para tomar decisiones sobre el futuro. El primer detalle
curioso es que hasta el propio Dick se vio influido por el I
Ching, pues lo usó para definir el rumbo que debía seguir la
propia novela.
Por otra parte, la práctica de
consultar el I Ching en cada decisión de la vida, bien puede
ser una costumbre oriental ancestral pero es ajena a occidente. Sin
embargo, no puedo menos que recordar una caricatura del famoso
dibujante de Disney, Carl Barks, publicada en 1953, llamada “Flip
decision”, donde aparece un charlatán convenciendo a todo el
mundo que todas las decisiones de su vida las tome lanzando una
moneda al aire. Se cuenta que incluso hay algunas sectas basadas en
el “flipismo” de Barks.
El segundo factor curioso es que en el
universo de la novela hay un escritor rebelde que vive en su
“castillo”, o casa, quien escribió una ucronía donde son los
aliados quienes ganan la Segunda Guerra Mundial, algo considerado una
blasfemia por la gente de entonces.
Estos mundos espejos, reflejos unos de
otros, son el sello de Philip K. Dick. Cuando le leemos no sabemos si
vivimos en un mundo real o virtual, si estamos muertos o sumidos en
un viaje astral influido por drogas. Dick fue el precursor del
Cyberpunk, y de las realidades virtuales, que tan mal plagiaron
quienes le siguieron. En Dick, el protagonista nunca sabe si lo real
es verdadero, o donde está parado. Y en El hombre del castillo,
Dick nos convence que nuestro mundo no es más que una realidad
creada en su castillo, con la fuerza de la palabra escrita, por el
personaje del escritor.
En un cuento de Borges, Tlön,
Uqbar, Orbis Tertius (1940), Borges describe una logia que decide
crear una enciclopedia que detalle con extrema minuciosidad un mundo
ficticio, y que al hacerlo lo convierten en real. Eso es precisamente
lo que hizo ese escritor, el hombre del castillo, con nuestra propia
realidad.
Como vemos, si bien El hombre del
castillo es una ucronía, es mucho más que sólo eso. Es una
novela filosófica que nos pregunta directamente a la cara “¿Qué
es la realidad?”. Y no tenemos respuesta.
Woowwww, que genial ahora se que me gustará esa novela ajajjajaj es el tipo de cosas que me gustan jugar y leer *o*
ResponderEliminar-en fin gracias
Primera vez que entro en esta página y lo primero que leo es un texto tuyo, es un placer. Te he leído con anterioridad y tus textos han sido de mucha ayuda. Aprovecho de indicar algunas consideraciones desde mi punto de vista:
ResponderEliminarEn primer lugar hay que separar lo que es un ejercicio de historia contrafáctica (propio de los historiadores) de lo que es literatura de historia alternativa. Lo de Tito Livio entraría en la primera categoría.
En segundo lugar no estoy de acuerdo con eliminar la estrecha relación entre ciencia ficción y la ucronía. La ucronía se basa en una acción en probabilidad ("Qué hubiese sucedido si...") que se enmarca en la ciencia. Pero por cuestiones de multidefinición de la ciencia ficción se entiende que tengas esa postura al respecto.
La relación con el relato de Tlön es una relación superficial. Es verdad que en ambos casos se crea una "antirealidad" en términos de la que se vive. Pero existe una diferencia que cruza aspectos temáticos como "realidad", "verosimilitud" e "identidad".
Saludos :)
Primera vez que entro en esta página y lo primero que leo es un texto tuyo, es un placer. Te he leído con anterioridad y tus textos han sido de mucha ayuda. Aprovecho de indicar algunas consideraciones desde mi punto de vista:
ResponderEliminarEn primer lugar hay que separar lo que es un ejercicio de historia contrafáctica (propio de los historiadores) de lo que es literatura de historia alternativa. Lo de Tito Livio entraría en la primera categoría.
En segundo lugar no estoy de acuerdo con eliminar la estrecha relación entre ciencia ficción y la ucronía. La ucronía se basa en una acción en probabilidad ("Qué hubiese sucedido si...") que se enmarca en la ciencia. Pero por cuestiones de multidefinición de la ciencia ficción se entiende que tengas esa postura al respecto.
La relación con el relato de Tlön es una relación superficial. Es verdad que en ambos casos se crea una "antirealidad" en términos de la que se vive. Pero existe una diferencia que cruza aspectos temáticos como "realidad", "verosimilitud" e "identidad".
Saludos :)
Interesante comentario. Me parece interesante, entonces, estudiar aquellos ejercicios de historia contrafáctica, pues allí encontraremos las raíces de las ucronías.
EliminarLa definición de "ciencia ficción" es un área muy controvertida. En los últimos años algunos teóricos han salido con redefiniciones, tales como decir que se trata de la literatura sobre "Que pasaría si", y otras hierbas. Sin embargo, inicialmente la "ciencia ficción" fue sólo eso: ciencia ficticea. En tanto que la ucronía es historia ficticea. Y ocurre que la CF aparece DESPUÉS que las primeras ucronías.
Con respecto a la estrecha relación, esta se encuentra en que ambas son parte de la fantasía. El género fantástico es aquella area de la literatura que cubre todos los productos de la imaginación, desde la magia, lo sobrenatural y las fábulas, hasta las ucronías y el space opera.
Hola Omar, gracias por comentar a mi réplica. La diferencia de perspectivas hace que pensemos distinto respecto a estos temas, pero es demasiado profundo (como bien lo dejas entrever) para expresarlo por estos medios y enriquecer el debate. Espero intercambiar impresiones contigo personalmente algún día.
ResponderEliminarPor cierto, si te parece, podrías leer un relato mío y darme tu impresión, sería todo un honor:
http://hojasmagicas.blogspot.com/2012/03/recibiendo-la-antorcha-de-wilbert.html
Atte.
Wilbert Gallegos R.
Por supuesto. Podemos intercambiar opiniones en mi facebook.
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