miércoles, 9 de enero de 2013

Pie izquierdo, pie derecho

Autora: Macarena Fabry
Categoría: Pez

      Es que no te soporto.
Las palabras de Lisa todavía suenan en la cabeza de Gaspar, aunque hace rato ya que está caminando. Todavía está como anestesiado. Sabe que el golpe viene, como efecto retardado, haciéndose camino por su cabeza. Pero por el momento, puede disfrutar de esa sensación de anestesia que viene justo después de recibir noticias impactantes
No te soporto.

Pobre Gaspar. Lo que no sabe es que las cosas se van a poner mucho peor.

Mientras camina piensa en pescados. Lisa le había preguntado, hace un par de meses, qué pez preferiría ser en el océano. Gaspar había dicho un pez espada de la misma manera como podría haber dicho un pez globo, un pejerrey, o incluso una simple carpa. Pero cuando le preguntó a Lisa, ella dijo un salmón. Y Gaspar entendió. Si hubiera dicho “me habría gustado ser un salmón”, probablemente Lisa habría dicho “yo también” y habrían pasado la tarde entera hablando sobre lo tristes que eran las personas, su perspectiva privilegiada, ir en contra del sistema y todo lo demás. Pero dijo pez espada.

Es que la verdad Gaspar nunca entendió por completo por qué Lisa estaba con él.
Camina entonces, y apenas pone un pie en su departamento, dos horas después, el pánico comienza rápidamente a escalar por sus uñas, sus rodillas, su estómago y se queda lo que Gaspar piensa que será la eternidad, arrugado como un nudo militar en su garganta.

            Pánico. Absoluto pánico.

           No voy a llorar, piensa Gaspar, y se sienta en su computador a borrarla de Facebook. La elimina también de Messenger, Myspace, y bloquea su mail en todas sus cuentas. Aprovecha y borra las fotos que había publicado con ella. Carpetas llenas de títulos como “Lisa y yo—vacaciones en la Patagonia” o “Lisa y yo—poniendo caras estúpidas” o “Cumpleaños de Lisa en la montaña”. El proceso dura aproximadamente cuatro horas, y Gaspar se queda dormido con todas las luces prendidas de su departamento.

Resulta que a la mañana siguiente, Gaspar despierta convencido de que todo lo sucedido el día anterior ha sido un mal sueño. Esto porque soñó toda la noche con la escena de la pregunta del pez, y en cada oportunidad, Gaspar le decía “salmón” a una Lisa nueva pero familiar, y su vida de pronto se arreglaba completamente. Así que por esos minutos que pasan entre la primera vez que suena el despertador y la segunda, que finalmente terminan pareciendo horas, Gaspar piensa que está en la pieza de Lisa, y que ella se ha levantado al baño pero volverá en cualquier instante. Cuando suena el despertador por segunda vez, y Gaspar medio despierto comprueba que Lisa no ha vuelto, y que en definitiva no va a volver, se larga a llorar.

          Una semana después Gaspar sigue llorando, pero suena el teléfono. El sonido, en una primera instancia, lo desconcierta. Se da cuenta de que no ha hablado con nadie por los últimos cinco días. Y ansioso por contacto a la tierra, pesca el teléfono botando una coca cola sin gas y un paquete de nachos al suelo. Aló, dice Gaspar extrañado incluso del sonido de su propia voz, y aló dice alguien al otro lado de la línea. Es su jefe.

          Bueno, para ir al grano entonces, le dice el jefe después de unos cuantos minutos, vamos a tener que dejarte ir. No, no, por favor no empieces con explicaciones, que hoy ando irritable y escucharlas no me hará nada de bien. Es algo que tenía pensado hacer antes de este pequeño mini drama tuyo, y ahora solo se ha acentuado más. Ven a la oficina, y Clara te entregará tu cheque final, un cactus y un bono para una comida en el Friday’s. Adiós, Gaspar. Que te vaya bien.

          El sonido de la línea cortada le llega al tímpano después de varios minutos. Cuelga. De nuevo la sensación de anestesia, pero Gaspar ya no quiere estar anestesiado. Así que se dirige hasta la cocina, da el gas del horno y se suicida.

Al menos eso habría pasado, pero el teléfono suena una vez más. Suena justo cuando Gaspar se ha acostado por completo con la cabeza dentro del horno, y aunque resiste un poco la tentación de contestar, finalmente corta el gas y dice aló. Esta vez, la voz del otro lado le dice que prepare sus cosas, que deje su trabajo y vente conmigo a Perú. Tu trabajo igual es una mierda, Gaspar, así que no lo uses de excusa para no venir. Además te van a echar. Lo he pensado bastante y esta es la mejor opción. Hoy en la mañana mi jefa me dice Roberto, hay que ir a Perú a investigar un tipo de mariposa nocturna que se da solo en Tingo María. Así que cambié el pasaje de primera por dos de tercera y nos vamos. Nos vamos y no quiero escuchar un no. Esa perra ya te tiene vuelto una basura andante, pareces un zombi. Además, ahora que te lo puedo decir, me caía como la mierda Es hora de ir a un par de puteríos, un par de polvos y listo, problema solucionado y no me vengas con mamonerías sentimentales que sabes bien que para mí son un montón de mariconadas. Te vienes conmigo y punto. Qué te parece.

         Gaspar se queda callado durante un par de segundos. Qué mierda. Al carajo y me voy a Perú, a Guatemala, a putamadre Tangamandapio. Qué más da. Así que Gaspar le pregunta a Roberto cuando nos vamos, huevón, y Roberto dice en dos semanas más y corta, antes de darle la oportunidad de cambiar de opinión.
Ahora Gaspar está empacando. Todo, piensa, ha sido una especie de mal viaje, un efecto retardado de ese ácido que compró hace seis años y que nunca le hizo ningún maldito efecto. Ahora me voy a drogar de verdad en Perú, se dice Gaspar mientras mete tres paquetes de cigarrillos en su bolso. Debería haberme drogado antes.

          Mira el reloj por lo que ya es la doceava vez, y decide llamar a Roberto para confirmar, por cuarta vez, la hora del vuelo y el lugar donde se encontrarán. Cuando Roberto contesta le dice que ya está enfermo de sus llamadas cada cinco minutos, que faltan tres horas para que se encuentren, y que por el amor de dios, te lo pido como tu amigo, hazte el favor a ti y a mí y anda a tomarte un par de cervezas al bar antes de volar. Creo que voy a terminar ahorcándote si sigues así de maniático, huevón, anda y emborráchate por el bien de los dos, ¿quieres?, y luego corta dejando a Gaspar aun más nervioso y sin saber en realidad qué hacer para matar el tiempo. Así que pesca su maleta y se va caminando hacia un bar a tres cuadras de ahí.
          Gaspar va en la cuarta cerveza y el reloj solo marca una hora desde que llegó al bar. El tiempo, piensa, se ha vuelto pesado.
Al otro lado hay una chica. Es casi una niña. Ella lo mira. Se ríe todo el tiempo, piensa Gaspar. No para de sonreír. Prende un cigarro.
— ¿Me das un cigarrillo?
Gaspar la mira unos segundos como si no hablara castellano, se remece y le pasa un cigarro.
— Me llamo Camila. Y tú eres…
— Alberto.
— Ah. ¿Y cómo te llamas, Alberto?
Gaspar sonríe y esta vez no por amabilidad.
— Gaspar.
— Hola Gaspar.
— Hola Camila.
— Y cuéntame. Qué haces por la vida.
— A ver. Qué hago por la vida –Gaspar le da otra bocanada a su cigarrillo y exhala—. Mi novia de cinco años me dejó porque ya no me soportaba, me echaron del trabajo, y no tengo planes para el futuro ni para el presente. La verdad de las cosas es que esta puta vida no podría importarme menos, y si termino limpiando escusados en este miserable bar sería exactamente lo mismo a que si me hubieran dado ese ascenso que me habían prometido en mi trabajo de mierda y ahora estuviera escribiendo en Bruselas. Y tú, preciosa. Qué haces por la vida.
            Camila no ha dejado de sonreír. Debe tener algún problema mental, piensa Gaspar.
— Pinto. De hecho, tengo un par de cuadros en mi departamento. Si quieres te los puedo mostrar. Queda cerca.
           Gaspar se para sin decir nada y arrastra sus maletas. Camila solo sonríe más. Mira el reloj y falta media hora para encontrarse con Roberto.
— Antes de que nos vayamos, ¿te puedo hacer una pregunta, Camila?
— Sí.
— Si pudieras ser cualquier pez en todo el océano. ¿Cuál serías?
— Ah. Creo que no me gustaría ser un pez. Debe ser demasiado estresante. Creo que sería un pulpo, o una esponja de mar, algo así. Tú sabes, de esas cosas que simplemente flotan por la vida. Vamos, es a solo dos cuadras de aquí.
         
         El taxi que Gaspar había pedido para que lo lleve al aeropuerto se detiene frente a ellos. El conductor le pregunta si él es quien pidió el taxi. Gaspar asiente. Mira la espalda de Camila. Es perfecta, y comienza a alejarse. Mira el reloj. Y sabe que tiene que moverse, pero está paralizado. Se trata solo de mover los pies, se dice Gaspar. Un pie, luego el otro. Pie izquierdo, pie derecho. Pie izquierdo, pie derecho. Y por fin, los pies de Gaspar se comienzan a mover.

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