miércoles, 15 de mayo de 2013

Épica del invierno

Colaborador: Javier Flores
Categoría: Poesía

En la escena de mi muerte, hijo, están los secretos de la naturaleza.
Sacude tus cadenas incitando al caos en las demás celdas, 
alza la camisa ensangrentada.
No entres al misterio a través de la desolación, 
con el engaño de ser criaturas diurnas.
Golpeen las tablas de los féretros del mundo extrañas esencias,
que el ángel despierte junto a los jóvenes hermanos marcados por las pestes.
No olviden el compromiso de la naturaleza lúgubre 
con la libertad de la conciencia humana,
al animal en el sendero aprendiendo su lenguaje 
de los aullidos que lo atemorizan,
entregando su vida a la asfixia de la claridad 
en las verdades que lo encandilan.
Fotas el agua contra la herida pero la hemorragia no cede
en el sudor frío de los antiguos miedos, 
sin el sentido de la noción erótica.
Las mujeres golpeadas declaman, no podremos seguir viviendo sin justicia,
los hombres perdidos les acarician la espalda con vergüenza
pidiéndoles un lugar para recordar los crímenes de la infancia,
los caminos van abriendo caminos...
el reo cae asesinado y algo del exterior cercano a comprender la dignidad
que no se manifiesta solamente en el miedo propio a desaparecer,
nunca lo hace, y se consume en el pacto del país para sobrevivir
entre los himnos de otras naciones.
No te puedo probar mi inocencia porque en todo lo que hice
siempre quise destruir lo que se me había enseñado
con el rumor entre los dientes sobre las traiciones que ahora nos definen.
Esperabas escuchar que yo era el asesino, 
que sólo podía llegar a comprender
el dolor ajeno y el mío propio en los calabozos, 
que lo necesitaba aunque no lo supiera,
luego sentirías mis facciones desvaneciéndose 
en tu vientre congelado y correrías a delatarme.
Es imposible confiar en los animales heridos, en las lecciones benévolas
de las matanzas de los libros sagrados
todo aquello encierra una historia que nunca acabará de ser cobrada,
las pocas revelaciones que tenemos en nuestras vidas 
jamás podremos compartirlas sin la precisión agotadora de la violencia
y sabemos con franco sufrimiento que de una manera que sólo el cuerpo
expresa en la oscuridad
añoramos las paredes húmedas de las celdas
que dejaron caer sus semillas en el agua estancada
para la hierba letal sobre la que creamos
el mito cruel de las leyes de la naturaleza:
cuidando a la que tomamos por nuestra cría
dejamos los refugios porque ya no hay razón
para agonizar lejos de los gritos de la gente...

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