miércoles, 28 de agosto de 2013

El frío de la fe

Autor: Javier Flores Letelier
Categoría poesía


La sangre en las fauces de la bestia, su memoria, 
el hambre de ver en la oscuridad
la caída del niño poeta y la creación del alma del criminal
en esta gran avenida iluminada en la que los adolescentes y los viejos
sueñan su suerte cada nuevo siglo; 
la niña pequeña concentrada en el sonido de los golpes
desde el otro lado de las almas de los muros
obligada a responder que es la mujer libre y culpable de no albergar 
la violencia en su vientre como se interpreta desde los signos
de los finales de los imperios, por no ser la agradecida superviviente 
para las jerarquías innombrables; 
el habitante de la frontera que juró destruir la ciudad con sus manos 
si no volvía a ver a los espíritus de sus hijos
anunciar algo que lo animara a alimentarse
como lo hizo el pasado amor a la inmortalidad
con la posibilidad de no ser un cuerpo de la guerra
y la certeza de que ningún líder poseyera la explosión de su muerte; 
las historias de los vástagos asesinos que recordaron la ira esencial 
del pacto obvio pero oculto del juego de sus hermanos 
y que fueron callados con el trabajo letal de cavar las zanjas 
que separan y distribuyen el veneno de los pueblos 
se evocan para sentir la lejanía durante algunos minutos de paz.

Los hombres solos en los portales de las iglesias cerradas
no esperando por el inicio de la vida toman lo que les pertenece.
Se es más la ausencia de los seres queridos:
contemplo el débil resplandor y el filo del puñal, 
los objetos mundanos en la penumbra son evidentes y descifrables
habitables sin necesidad de la luz quizás por el resto de los años. 

No relates la crueldad de tus orígenes, detrás de la compasión 
siempre está el temor y el odio al animal herido.
Sus pupilas se dilatan ante las confesiones inevitables
del vapor que el pecho exhala, sus rodillas se quiebran
para pedir una hipótesis parricida que valga la carne de los dorsos marcados
en la fotografía de los quinceañeros raquíticos 
tras el hambre segregada del pudor 
por la geografía casta de los alambres de púas: 
los demonios provienen de nuestra primera percepción de los astros
recordamos a los sepultados como gente                                                                                             que ha elegido no volver después de la traición;
los maestros enferman olvidando las decisiones 
que relegaron a las generaciones jóvenes
a portar el peso extraño y propio de las armas blancas 
en la seriedad de las horas del día que se abre.
-Toda nuestra fe para unos segundos de ciega calidez 
en los que se pide por quienes forjaron nuestra miseria
con el fin de mantener el dolor en el fuego de los pómulos
entendiendo el llamado del sonido del metal de las cúpulas golpeado.
La derrota es una en nombre de los monstruos de la Historia,
de lo que siempre escondimos creyendo que llegaría el momento
en que seríamos recompensados por el tiempo de la inocencia. 

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