Categoría: Biografía
Había
decidido vivir en aquel departamento para ahorrar un poco. Estaba
pasando por un momento difícil y no podía gastar mucho en arriendo.
Tras abandonar su trabajo resolvió vivir de los ahorros que juntó
los últimos meses. El departamento era pequeño de un ambiente. Eso
no era un problema ya que vivía solo. Tenía pocas cosas. Además
del escritorio y la silla, un sillón y una mesa de centro, un
estante para libros que ubicó frente a la falsa chimenea del
departamento.
Por
las tardes se sentaba frente a la ventana y fingía escribir algo
importante. Algunas veces lograba escribir algo, pero terminaba con
la sala llena de hojas arrugadas esparcidas por el suelo. Cuando
finalmente se daba cuenta que esa tarde tampoco escribiría la
historia que anhelaba, fijaba la vista en la ventana y se quedaba
observando a las personas que pasaban afuera. Cada tarde las
observaría con mucha atención, unas caminaban aceleradas, otras
despacio. Las mujeres tenían un estilo diferente a los hombres,
siempre con prisa sólo tomaban un par de segundos en desaparecer. En
cambio, los hombres, con su paso relajado y seguro, demoraban más.
En ocasiones veía caminar a alguna madre con su hijo. Le llamaba
particularmente la atención ver a los niños caminar frente a su
ventana. Sus zapatos eran de distintos colores y su paso muy variado
y divertido. Las zapatillas con luces de colores lo alegraban más
que cualquier otro zapato. Algunos niños caminaban muy despacio como
cuando uno camina mirando el suelo y otros saltaban tratando de no
pisar las líneas del pavimento. Las niñas, por ejemplo, llevaban
pequeños calcetines con figuritas y flores.
Quería
escribir algo bueno. Esa era la idea principal, pero también quería
que ella tocara la puerta de su departamento. Soñaba verla caminar
frente a su ventana y escuchar sus pasos apresurados bajando la
escalera. Deseaba tenerla, sentirla. Extrañaba su perfume y sus
labios lo enloquecían. Quería que de una vez por todas estuvieran
juntos, como tantas veces habían soñado mientras tomaban sol en el
parque. Pero luego volvía a la realidad y con ambas manos
entrelazadas detrás de su cabeza, volvía a fijar la vista y perdía
la noción del tiempo viendo pasar los innumerables zapatos mientras
que él esperaba algo que jamás llegaría.
En
una ocasión, mientras soñaba despierto, una pareja de amantes
discutió frente a su ventana. El hombre, que llevaba un par de
zapatos gruesos de trabajo, decía que no seguiría soportando esa
situación y que las cosas debían llegar a su fin. Ella, en
silencio, no movía el par de sandalias. El escritor la imaginaba
sollozando con la cabeza gacha como cuando él vio a su novia irse.
La imaginó con los ojos llenos de lágrimas aceptando la culpa de
haber hecho las cosas mal, tal como él lo hizo hace unos meses,
cuando Laura decidió que ya no podía seguir. Imaginó su angustia y
sintió como suyo el rechazo de la persona amada.
Un
día estuvo a punto de dejar su departamento para salir a la vida. Un
hombre con un calzado muy elegante y pantalón de gabardina negra,
dejó caer unos documentos que parecían importantes. Al darse
cuenta, se levantó rápidamente de la silla y corrió a la puerta
pero cuando llegó allí, el hombre había recogido sus documentos y
doblaba la esquina con paso apresurado. Volvió desilusionado, como
si la idea de ayudar al hombre le produciría la inspiración que él
necesitaba para escribir, para olvidar a Laura. Al volver a su
escritorio se dio cuenta que quizás la ubicación de la máquina de
escribir no era adecuada y la probó en diferentes lugares de la
habitación. Trató sobre la mesita de té junto al sofá, pero se
dio cuenta que quedaría muy baja y le provocaría dolor de espalda.
Luego trató sobre la repisa de libros pero inmediatamente se percató
de lo estúpido de la idea y buscó otro lugar. Intentó sentado en
el sofá con la maquina sobre sus piernas pero cuando trataba de
escribir, esta se tambaleaba. Después de intentar en muchos lugares,
se dio cuenta que no había uno mejor que el escritorio así que
terminó volviendo allí.
Mientras
prendía otro cigarro, vio cómo un cachorro se acercaba y olfateaba
el marco de la ventana. Su corazón latió con fuerza al pensar en la
idea de ser descubierto por el mundo exterior, ese que él observaba
cada tarde desde su escritorio. Vio al perro acercar su nariz húmeda
al vidrio y olfatearlo con afán. Sintió ganas de acariciarlo pero
luego pensó que no le gustaban los perros y siguió observándolo
desde su asiento. El perro se alejó de la ventana y dio un par de
vueltas tratando de atrapar una abeja que lo molestaba. Sonrió y
fumó por última vez su cigarro antes de apagarlo en el cenicero
junto a una taza de té frio.
Una
tarde de otoño, estaba sentado frente a la máquina. La hoja blanca
estaba perfectamente ubicada y sólo debía comenzar. Hace días que
no escribía y se paseaba por la habitación pensando
infructuosamente en infinitas ideas pero ninguna parecía progresar.
Una
pequeña ramita yacía hace mucho sobre el canto de la ventana. Sus
hojas, aun verdes, daban la impresión de ser un árbol que crecía.
La idea lo inquietó. Un árbol creciendo frente a su ventana
significaría que en algún momento él ya no podría ver el mundo
pasar. Las ramas crecerían y de ellas aun más hojas nacerían
obstaculizando la vida que lo mantenía siempre inquieto, atento.
Imaginó muchas formas de eliminar aquel árbol que crecía
amenazante, pero ninguna parecía ser la respuesta. Se levantó y
caminó. Miró el árbol desde el otro extremo de la habitación. Se
veía enorme. Luego pensó en alguna forma de detener su crecimiento.
Esperó. Con el paso del tiempo se había dado cuenta que no quería
eliminar por completo aquel árbol, pero sí quería detener su
crecimiento para mantenerlo siempre enano. De esa forma el árbol no
limitaría su visión del mundo y él tampoco terminaría con la
existencia de la planta, así que ambos coexistirían transformando
la vida del otro, haciendo su visión del mundo diferente. Fue cuando
recordó los arboles orientales que se cultivaban en pequeñas
macetas y fascinado abrazó la idea.
Volvió
inmediatamente a su escritorio y enfrentó la hoja en blanco con sólo
una palabra que sería el comienzo de una nueva historia: Bonsái.
esplendida antología final. el árbol cambio su forma de ver el mundo en realidad
ResponderEliminarDe una sensibilidad inesperada, con detalles minuciosos y con una imaginación admirable, Carolina Yancovic no sólo logra confundir al lector del verdadero autor del libro que se habla, sino crea una ficción de un escritor no tan joven que intenta liberarse de su mal amor.
ResponderEliminar