Categoria: Patrimonio
Lo recuerdo bien. Era una monótona tarde de agosto, de tiempo
inestable. Las lluvias sucedían al sol, y el frío al viento. Pocas
personas se veían en las anegadas calles de Quellón.
Me llamó la atención su caminar descalzo. Nadie transita así por
el centro de un pueblo, y menos luego de la lluvia; seguro no estaba
en sus cabales. Otro aspecto llamativo era un tatuaje de serpiente
que reptaba por su cuello para mostrar su bífida lengua cerca de su
mandíbula. Caminaba acelerado, como si en algún lado le aguardaran
o algo le apremiara. Pasó indiferente por mi lado, fumando a grandes
bocanadas, como he visto hacer a los esquizofrénicos. Se detuvo más
allá para regresar y situarse a escasos metros de mí.
Recordé haberlo visto ocasionalmente, primero como suplementero del
diario La Estrella y, tiempo después, ebrio y perdido por las calles
de Quellón. Tal vez me reconoció, pues me miró fijamente, con los
ojos desencajados, como si estuviera buscando un pretexto para actuar
violentamente. Daba fuertes chupadas a su cigarro. Fingí no percibir
la mirada, mi vista se centró al interior del local de artesanías
buscando contacto con la dependienta. No volví la cabeza. Un miedo
indescriptible me paralizó. Siempre les he temido a los locos, a su
fuerza descomunal y la mínima capacidad de autocontrol. No volví la
cabeza, sólo sentí cómo el humo de cigarro cubrió todo a mi
alrededor; un sudor frío comenzó a brotar como pequeñas gotas en
mi frente. Finalmente se marchó, caminando rápidamente en dirección
al muelle fiscal. Continué largo rato pensando en su actitud
desafiante y principalmente en sus pies.
Por la noche de aquel día de agosto, se dio a conocer en los medios
de comunicación que el accidente del bus Cruz del Sur, en las
cercanías de Chonchi, fue provocado por una menor que cursaba
estudios en Castro. De acuerdo a los sobrevivientes, la estudiante
agredió violentamente a los pasajeros y al conductor, desencadenando
el lamentable accidente que dejó más de una decena de víctimas
fatales y otra cantidad superior de heridos graves, De acuerdo a los
análisis preliminares realizados a la menor, se trataría de una
especie desconocida de Rabia.
Luego de aquella noche no hemos vuelto a vivir tranquilos, el terror
se apoderó de nuestras vidas. Pareciera que el solo hecho de nombrar
aquella enfermedad provocó que surgieran cientos de casos.
Principalmente en los jóvenes.
Llevamos un mes con bloqueo y aislamiento, el alimento es escaso,
estamos sin suministro eléctrico, y el agua no sabemos cuánto más
pueda durar. En un principio los saqueos se convirtieron en la mejor
forma para subsistir, pero era muy peligroso. Muchos no regresaban
atrapados por el contagio o muertos por quienes poseían armas de
fuego, que disparaban a matar si sospechaban que alguien estuviese
enfermo. Imagino que morir de un tiro era lo mejor.
Pronto llegaría el ejército para hacerse cargo de la situación.
Las cosas mejoraron en algo, distribuyeron víveres, ya no se
escuchaban tantos disparos y apresaron a los responsables de muertes
arbitrarias. Sin embargo, esto duró poco. En el resto del país
también se presentaron casos de la enfermedad. Era más fácil
dejarnos abandonados a nuestra suerte, finalmente estábamos en una
isla.
Luego de aquel día he visto cosas inenarrables. Muchas familias
sucumbieron completamente por la Rabia. Era imposible saber quien
incubaba este mal, los médicos habían huido en un principio, como
presagio que lo que se avecinaba. Por otro lado, nadie era capaz de
abandonar a un familiar sólo por la sospecha de albergar el mal. Es
así como la Rabia ha destruido familias completas, barrios y pueblos
han sucumbido a la anarquía y al terror.
Los infectados acechan principalmente por las noches atacando en
hordas. Es terrible ver a personas conocidas, amigos deambulando con
Rabia por las calles. Ya no es posible salir de nuestras casas, los
perros infectados atacan en jaurías a los seres humanos que intentan
conseguir algo de primera necesidad, también se comen a los muertos
que ya nadie puede levantar de las calles. Salir es prácticamente un
suicidio.
Por la noche es casi imposible dormir por los aullidos, gritos,
balazos y explosiones. Muchas casas arden por días. Espero que el
fuego no llegue a nuestro vecindario. Cuando llueve se abre una
ventana para intentar conseguir alimento o escapar lejos, a los
bosques. Los infectados tanto humanos como animales, le temen al
agua, se agrupan y ocultan bajo techo. Sin embargo, surge otro
problema aún más serio. Muchos han desaparecido en manos de
personas no infectadas, que los atacan por el camino buscando cosas
de valor, o lo que es más horroroso: por canibalismo. Yo,
personalmente, le temo más a estos últimos que a los infectados.
De nuestros vecinos no sé nada, y estoy seguro
que ellos –si es que aún viven- tampoco saben de nosotros. Es
mejor no saber, es mejor esperar a que todo pase. Seguro pasará.
Excelente forma de mostrar la cronología de esta historia, párrafo a párrafo, aunque no esta muy claro el protagonismo del sujeto del tatuaje de la serpiente. Pero así queda más misterios, si lo pienso bien, ya que es de este tipo de relato (estilo zombie), que lo que importante no es como se produjo la plaga, sino como sobrevive la gente, o mejor dicho como mueren????
ResponderEliminarChiloé es mágico, quiźa suene a cliché, pero en la oscuridad y los matorrales húmedos uno puede imaginar cualquier cosa.
ResponderEliminarUn placer contar con Aldo Astete, desde la Terra Australis propagando su terror, y siempre será bienvenido.
Me encantaron estos caníbales infectados.
Hay secuela, batante larga por lo demás, así que espero poder continuar entregando mi trabajo para todos los chilénicos.
ResponderEliminarespero la secuela
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