miércoles, 2 de mayo de 2012

Después de Aquella Noche

Autor: Aldo Astete
Categoria: Patrimonio

Lo recuerdo bien. Era una monótona tarde de agosto, de tiempo inestable. Las lluvias sucedían al sol, y el frío al viento. Pocas personas se veían en las anegadas calles de Quellón.

Me llamó la atención su caminar descalzo. Nadie transita así por el centro de un pueblo, y menos luego de la lluvia; seguro no estaba en sus cabales. Otro aspecto llamativo era un tatuaje de serpiente que reptaba por su cuello para mostrar su bífida lengua cerca de su mandíbula. Caminaba acelerado, como si en algún lado le aguardaran o algo le apremiara. Pasó indiferente por mi lado, fumando a grandes bocanadas, como he visto hacer a los esquizofrénicos. Se detuvo más allá para regresar y situarse a escasos metros de mí.


Recordé haberlo visto ocasionalmente, primero como suplementero del diario La Estrella y, tiempo después, ebrio y perdido por las calles de Quellón. Tal vez me reconoció, pues me miró fijamente, con los ojos desencajados, como si estuviera buscando un pretexto para actuar violentamente. Daba fuertes chupadas a su cigarro. Fingí no percibir la mirada, mi vista se centró al interior del local de artesanías buscando contacto con la dependienta. No volví la cabeza. Un miedo indescriptible me paralizó. Siempre les he temido a los locos, a su fuerza descomunal y la mínima capacidad de autocontrol. No volví la cabeza, sólo sentí cómo el humo de cigarro cubrió todo a mi alrededor; un sudor frío comenzó a brotar como pequeñas gotas en mi frente. Finalmente se marchó, caminando rápidamente en dirección al muelle fiscal. Continué largo rato pensando en su actitud desafiante y principalmente en sus pies.

Por la noche de aquel día de agosto, se dio a conocer en los medios de comunicación que el accidente del bus Cruz del Sur, en las cercanías de Chonchi, fue provocado por una menor que cursaba estudios en Castro. De acuerdo a los sobrevivientes, la estudiante agredió violentamente a los pasajeros y al conductor, desencadenando el lamentable accidente que dejó más de una decena de víctimas fatales y otra cantidad superior de heridos graves, De acuerdo a los análisis preliminares realizados a la menor, se trataría de una especie desconocida de Rabia.

Luego de aquella noche no hemos vuelto a vivir tranquilos, el terror se apoderó de nuestras vidas. Pareciera que el solo hecho de nombrar aquella enfermedad provocó que surgieran cientos de casos. Principalmente en los jóvenes.

Llevamos un mes con bloqueo y aislamiento, el alimento es escaso, estamos sin suministro eléctrico, y el agua no sabemos cuánto más pueda durar. En un principio los saqueos se convirtieron en la mejor forma para subsistir, pero era muy peligroso. Muchos no regresaban atrapados por el contagio o muertos por quienes poseían armas de fuego, que disparaban a matar si sospechaban que alguien estuviese enfermo. Imagino que morir de un tiro era lo mejor.

Pronto llegaría el ejército para hacerse cargo de la situación. Las cosas mejoraron en algo, distribuyeron víveres, ya no se escuchaban tantos disparos y apresaron a los responsables de muertes arbitrarias. Sin embargo, esto duró poco. En el resto del país también se presentaron casos de la enfermedad. Era más fácil dejarnos abandonados a nuestra suerte, finalmente estábamos en una isla.

Luego de aquel día he visto cosas inenarrables. Muchas familias sucumbieron completamente por la Rabia. Era imposible saber quien incubaba este mal, los médicos habían huido en un principio, como presagio que lo que se avecinaba. Por otro lado, nadie era capaz de abandonar a un familiar sólo por la sospecha de albergar el mal. Es así como la Rabia ha destruido familias completas, barrios y pueblos han sucumbido a la anarquía y al terror.

Los infectados acechan principalmente por las noches atacando en hordas. Es terrible ver a personas conocidas, amigos deambulando con Rabia por las calles. Ya no es posible salir de nuestras casas, los perros infectados atacan en jaurías a los seres humanos que intentan conseguir algo de primera necesidad, también se comen a los muertos que ya nadie puede levantar de las calles. Salir es prácticamente un suicidio.

Por la noche es casi imposible dormir por los aullidos, gritos, balazos y explosiones. Muchas casas arden por días. Espero que el fuego no llegue a nuestro vecindario. Cuando llueve se abre una ventana para intentar conseguir alimento o escapar lejos, a los bosques. Los infectados tanto humanos como animales, le temen al agua, se agrupan y ocultan bajo techo. Sin embargo, surge otro problema aún más serio. Muchos han desaparecido en manos de personas no infectadas, que los atacan por el camino buscando cosas de valor, o lo que es más horroroso: por canibalismo. Yo, personalmente, le temo más a estos últimos que a los infectados.

De nuestros vecinos no sé nada, y estoy seguro que ellos –si es que aún viven- tampoco saben de nosotros. Es mejor no saber, es mejor esperar a que todo pase. Seguro pasará.

4 comentarios:

  1. Excelente forma de mostrar la cronología de esta historia, párrafo a párrafo, aunque no esta muy claro el protagonismo del sujeto del tatuaje de la serpiente. Pero así queda más misterios, si lo pienso bien, ya que es de este tipo de relato (estilo zombie), que lo que importante no es como se produjo la plaga, sino como sobrevive la gente, o mejor dicho como mueren????

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  2. Chiloé es mágico, quiźa suene a cliché, pero en la oscuridad y los matorrales húmedos uno puede imaginar cualquier cosa.

    Un placer contar con Aldo Astete, desde la Terra Australis propagando su terror, y siempre será bienvenido.

    Me encantaron estos caníbales infectados.

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  3. Hay secuela, batante larga por lo demás, así que espero poder continuar entregando mi trabajo para todos los chilénicos.

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