Autor: Emiliano Navarrete
Categoría: Remix
Cuarto piso
del hospital Sótero del Rio. Mirando por la ventana está Navarrete,
un chico que sufre alteraciones de consciencia, paranoia y estrés,
además de antecedentes de autismo según los psicopedagogos de su
escuela. Una tarde gris y bulliciosa en que el reciento está fétido,
Navarrete con su abrigo, evita mirar a los “infectados”. Una
enfermera lo llama, camina despacio y se apronta a estallar en la
consulta psiquiátrica.
— ¿Usted es Emiliano Alberto Navarrete Troncoso? — pregunta el
psiquiatra Camus —
— Si, aunque más que Alberto soy Albertío — con ingenio responde.
— ¡Queremos saber de las bestias que ves! - exclama Bernárdez.
— ¡No son bestias! ¡Son focas! ¡Focas que comen carne humana! — reclama ansioso Navarrete.
— ¿¡ Y que te han dicho!?— recita irónicamente la doctora.
— Dicen… dicen que me van a encerrar, en un... sanatorio mental — responde con voz quebrada.
— ¿Eso lo asusta?- interrumpe el psiquiatra Roth — ¡Responde!
— Si,
porque cuanto más cerca estoy del sanatorio, hay más emoción para
las... bestias, cuanta más sangre humana cae, más felices serán — responde tartamudeando
[…]
No
escucho a los doctores a mi alrededor, unas campanas y fanfarrias
sacadas del país de Nunca Jamás o de algún cuento de hadas
retumban en mi cráneo, sólo veo texturas y colores, una manera
tierna de enceguecerse, tal vez deba admitir que soy un infectado,
una estadística más, nada particular.
Murmullo
lentamente “Ya no puedo más”.
Muy lentamente “porque ya no
pu-e -e-d-o más”.
Luego
de horas, la psiquiatra comenta :
— Este chico es una joya, lástima que debamos internarte, es por tu
bien.
Navarrete
escupe y grita:
— ¡No hay quien los aguante!, ¡no puedo más! ¡No aguanto más!, por
más que cumplo sus leyes me mandan a prisión. ¡Ya verán cómo
convenzo a los otros para la rebelión!
[...]
Han
pasado días para olvidar, lavados de estómago, medicinas en un
vasito de plástico desechable, mucho vómito, amigos imaginarios del
tamaño de Olga de Liniers, duendecillos con sombreritos alargados
como caracol. De vez en cuando me gusta, siempre que tengo la
posibilidad, abrir los brazos y hacer el avión sobrevolando el
pasillo y el hall, tomo tierra en la oficina, pero si hay mucha gente
aterrizo en un hueco de mi habitación, acurrucado como protagonista
de The Wall.
A
rato recuerdo a unos niños que pasan corriendo de un lado a otro y
no, no es mi paranoia, sé que planean algo, sólo que me dan celos,
no me incluyeron, soy ajeno a una fiesta que no fui invitado, o tal
vez sí, pero desde entonces sé que algo pasa aquí, todos mis
amigos se alejaron de mí, ya no puedo reírme de esos enfermos que
me burlaba mientras veía el noticiero de la TV, ya que también veo
esas bestias, y no son sólo focas, además son tigres, lobos,
cururos, mangostas, pumas, mi corazón salta abruptamente.
Otros
días imagino que una Pincoya me seduce, me dice cosas tiernas al
oído, satisfaciendo mis frustraciones infantiles. A veces me
convence que le pertenezco, con su canto de sirena que inunda mis
oídos. Cómo amo que me digas que sea su joya, que nadie se lo va a
quitar, que hace todo lo de casa y a tiempo a estudiar; soy su joya y
nadie se lo va a quitar; pero sé que es mentira, despierto
nuevamente, malditos pendejos, no me dejan reposar tranquilo, ¿acaso
deberíamos estar vigilados?.
Otra
vez mi Pincoya… si tan sólo tuviera una amiga, aunque sea
conocida, que esté tan loca como para hablarme en este lugar. No me
acostumbro, estoy comenzando a odiar esa Pincoya con sus frasecillas
cursis sacadas de la colección literaria Jazmín, siento que sus
palabras me queman y me da miedo, me habla, me grita que tengo que
serle fiel, que mi alma le pertenece. Insisto, ¿dónde está el
policía que tantos lumazos me da por no tomar mis medicinas?.
[…]
¿Qué
me fumé?, ¿con qué me doparon?, ¿de dónde coño suenan las
fanfarrias de una corrida de toros? ¿acaso así se siente ser
torero?, ¿qué hago con esta absurda vestimenta? Es como si su
fiesta nacional acabara de empezar. ¡Joder! el toro ya salió, el
clarín ya sonó, mientras guardo mucho dolor, ese ser taurino está
tendido de sol, me imagino que debe pasa mucho calor mientras que el
público en la plaza me pide más acción. ¿Por qué en España? Sé
que estoy en una ambulancia, o raptado, o en mi cuarto, no en Madrid.
¡Oh! Madrid, una ciudad de alquitrán, hierro, cemento y cristal.
Madrid, con sus sombras largas de edificios sobre mí, bajo mis pies
siento crecer Madrid. ¡Qué! Sé que no es Madrid donde estoy, ¡lo
sé!
[…]
¿Y
estos hematomas? Qué resaca, qué dolor, realmente sentí que estaba
en el maletero de un avión. Pero no, ahora estoy en otro lugar, otra
celda, por suerte hay mucho pasto, ¡qué tonto soy! Estoy en el ala
este del Open Door, a unas docenas cuadras de mi hogar, pero sin
escapatoria, al menos tengo reunión con la junta de psiquiatras del
lugar. El enfermero me dijo que están muy preocupados de mis
visiones, que no es normal amar a la Pincoya ni menos sentir gritos
de niños en la sala de aislamiento. Sé que no miento, no temo de la
junta.
Una psiquiatra de nariz aguileña, con rulos y cuello largo
me dice:
— Usted es el gran Emiliano Alberto Navarrete Troncoso, ¿o miento?
— Nadie miente — respondí oportunamente.
— Soy tu nueva
psiquiatra, Psilvia González Tapia, y estoy para orientarte, y si
tenemos éxito, rehabilitarte en la sociedad como ciudadano
ejemplar.
Sonreí furtivamente y le respondí:
— Mucho gusto, tu nombre es con P
como Psilvia de Psique — ella corta mi piropo en seco regañándome.
Primero me acusa de que deje de vivir en el país de las hadas y
bestias fantásticas para seguir con algo de que… ¿cómo era?, ah
sí, por fin logro retomar el hilo de la conversación.
— Dices
que siempre estás viajando, pero nos estás engañando — estamos
claro de eso, y agrega — yo sé que tú estás solo y que no sales
de tu cuarto. No sé si las luces de la calle son las que te hacían
daño cuando salías, pero reconoce que tu mundo es otro, uno mucho
más oscuro, lleno de traukos, focas y no sé cuanto bicharraco
folklórico exista.
Me mira intensamente, a menudo suelo mirar a
cualquier otra parte, pero mi deseo de salir de acá es más grande.
La miro valientemente, sé que me dirá cual es el camino fácil para
salir de acá, lo sé, para eso está.
— Mírame bien Emiliano, muy
bien, debes mirarme, eso, así. Sabes que pasas por la vida sin salir
de tu mentira, que muchos fantasmas tuyos la alimentan, y que crece
día a día; pero si lo haces a mi modo, muy obedientemente, saldrás
de aquí en menos de tres meses — una sonrisa gatuna brota de mi
rostro, con tal de quitarme esas voces infantiles y los quejidos de
mi Pincoya, yo feliz regreso al mundo real.
[…]
Debe
ser la madrugada, suenan grillos, aleteos de polillas, hay olor a
pastos y hierbas en grande. El clima está muy extraño, parece que
las armas HAARP crearán una noche tropical, tropiezo con algunas
piedras, ¡what the fuck! ¿¡una bo-la de cri-i-istal aterri-zó!?
De ella sale un extraño ejemplar, una bestia de la fauna sideral
apareció a mis pies… ¿Quién será?, ¿quién puede ser? Bestia
ignota, nadie conoce su nombre… ¿o sí?, ¿será eso lo que
tanto hablaban los niños de la otra ala del sanatorio, y por la cual
todo el mundo se pregunta si eso es un hombre? Y que no entienden
porque no habla castellano, ni mucho menos el inglés ni el francés.
Sí, es esa la bestia que todos hablaban dentro de mí, ¿o fuera de
mí?, ¡qué importa! Está aquí, haciendo ruidos, me acerco, pero
sólo hace ruidos.
Corro
con pánico. No me dio el morbo para comunicarme ni menos interactuar
con dicha cosa, sólo me falta saltar el canal San Carlos, está
fétido, las armas y desechos tóxicos vertidos están aniquilando mi
resistencia respiratoria, hoy no va a ser todo fácil, sé que
alguien me va a delatar, tal vez el conserje. Salgo de prisa, me
escondo, ¡pero cuidado!, cuando miro la avenida Fray Camilo
Henríquez no puedo escapar, es una sensación paralizante, siento
que son realmente focas con uniforme de carabineros… miro bien, son
carabineros tan gordos como las focas mismas.
[…]
Ya
han pasado dos años, estoy desconectado de todo, si no fuera por
estos papeles y un par de cicatrices olvidaría quien soy. De las
bestias no he oído más, de la Pincoya nunca supe, parece que los
niños escaparon hace siete meses. Y yo, dejé de buscar el país de
las hadas, me aburre este mundo, pero no sé qué otra cosa hacer…
Disperso de dispersión absoluta. Es locura esquizoide, mucho nombre de personaje que no interviene,algo extenso. Sin embargo, es una apuesta por algo más, un intento de innovación particular, un experimento, sólo los lectores y el tiempo mostrarán su resultado
ResponderEliminarconcuerdo con Aldo Astete Cuadra, es muy disperso y da para algo más grande. Veremos una continuación de esto en que nos deja más claro? Esta bueno como el inicio de algún libro o primer capitulo
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