Autor: Aldo Astete
Categoría: Terror
He logrado entrar, es sábado y ayer pasó de
todo, estoy contenta de estar aquí. La música suena fuerte, mis
amigas me hablan, no entiendo nada, el humo de cigarrillo ahoga, me
arden los ojos.
Llegamos hasta el borde de la pista, las luces
distorsionan los cuerpos. Un vaso en mi mano, lo bebo al seco, la
garganta se incendia. Cesa la música y se oye la voz del DJ, las
personas corean al unísono “todos alerta, vienen las
lanchas...”.
Estoy en la pista, bailo sensualmente, unas manos fuertes me tocan, casi me hacen daño. Las luces y el humo me impiden ver el rostro, es más, tengo los parpados cerrados, da lo mismo. Siento un fuerte abrazo que me ahoga, un mordisco sensual al cuello se transforma en dolor punzante, me hace empujarlo.
Estoy en la pista, bailo sensualmente, unas manos fuertes me tocan, casi me hacen daño. Las luces y el humo me impiden ver el rostro, es más, tengo los parpados cerrados, da lo mismo. Siento un fuerte abrazo que me ahoga, un mordisco sensual al cuello se transforma en dolor punzante, me hace empujarlo.
Se oyen gritos, ya no hay música, logro verlo a
la cara, está deforme, ríe y de su boca brotan hilos de sangre que
fluyen por su mentón y cuello. Los alaridos son ensordecedores, las
personas corren a mi alrededor tropezando, cayendo, me miran
espantados. De
pronto estoy sola en medio de la pista, envuelta en una densa
neblina, siento algo tibio y viscoso salir de mi cuello. Estoy segura
que es sangre pero no puedo ver nada, mi respiración se agiganta, no
oigo más.
Las tinieblas se disipan, mis manos están atadas
a un madero, estoy crucificada, la sangre fluye rauda por mi pecho,
comienzo a sollozar, a gritar. Algo se quiebra a mi lado, otro sonido
de vidrio roto, levanto la cabeza y son cientos de ojos los que me
observan con odio, con rabia.
–¡Nosotros
no somos los culpables, son ustedes asesinos! – oigo una voz a mi
costado. Es mi agresor que está en otra cruz, él se voltea y me
mira, en realidad mira sobre mí. Vuelvo la cabeza y en el otro
costado se encuentra su amigo con la cabeza gacha, desnudo y también
crucificado.
Los estallidos se hacen ensordecedores, algunos
dan en mi cuerpo, casi no los siento. Pero los que dan en ellos los
celebro, los vitoreo.
–¡A
él, láncenle a él!. ¡Él es el culpable, mátenlo! ¡Si no lo
hacen nos terminará matando a todos!
Una
sirena comienza sonar, más bien un pitido agudo como una alarma,
– ¡Ayuda,
deben ser los carabineros, sálvenme, yo sólo vine a bailar!. ¡No
tengo que estar crucificada, no soy culpable de nada!
La
alarma se intensifica, mi cabeza, mis oídos, ¡silencien ese ruido!
De pronto, el ruido cesa.
Abro los ojos, mi respiración es casi un jadeo,
las letras bordadas “Cruz del Sur” me dan tranquilidad, sólo fue
una pesadilla. La señora que va en el asiento del lado me mira
extrañada. Me da mucha vergüenza, limpio el vidrio empañado y miro
hacia fuera, aún no llegamos a Chonchi.
Siempre me arrepentiré de haberle mentido a mis
padres para ir a la disco aquella noche. No era necesario, no me
gustan las fiestas y menos el reggaetón, pero el revuelo era tal que
mis amigas me convencieron y terminé mintiendo. No pude evitar
observar las muertes.
El
pitido otra vez.
– ¿Qué
le pasa al chofer, acaso nos quiere matar a todos?– comenta en voz
más que audible mi compañera circunstancial de viaje. Yo estoy
acostumbrada, llevo tres años viajando todos los domingos para
Ancud. Éste es mi último año en el liceo El Pilar. Durante estos
años siempre los conductores sobrepasan el límite de velocidad. Por
suerte conocen el camino.
Aún me restan dos horas, será mejor oír algo de
música, Sigur Ros estará bien.
En el cruce de Cucao sube una niña que conozco,
Lucía estudia en Castro. Viste de estudiante, con la falda plisada y
corbata. ¡Qué raro, si es domingo!
Al subir noto que algo le sucede, respira
entrecortado y camina rengueando. Se detiene en el pasillo, justo en
frente de mi asiento. La miro para saludarla, pero ella continúa
mirando hacia delante. Sus manos están arañadas, sus uñas sucias y
cabello despeinado develan su deplorable aspecto, tampoco lleva
mochila o bolso. Es raro y me preocupo. Continúo mirándola para
hablarle y preguntarle qué sucede, pero ella sigue hipnotizada
mirando hacia la cabina del conductor.
Miro por la ventanilla, estamos próximos a
Chonchi. La señora de junto se mueve impaciente, está por bajar, se
incorpora y pide permiso a Lucía, pero ella no se mueve. Lo intenta
cogiéndola suavemente del brazo y reitera el permiso.
Por fin Lucía voltea y logro verla de frente, sus
ojos inyectados en sangre, con un hilillo violáceo saliendo de sus
fosas nasales. Su rostro demuestra una ferocidad animal y lo
demuestra abalanzándose sobre la señora emitiendo agudos chillidos
mezclados con una voz gutural. Comienzo a gritar, las personas se
incorporan intentando zafar a la mujer, se la quitan de encima, sin
embargo, entre los dedos de la niña se quedan gruesos mechones de
cabello. El pitido otra vez, lo siento hiriendo mis oídos, la mujer
llora, grita; patalea. Lucía intenta deshacerse de sus captores y
con una fuerza sobrehumana lo consigue, emprende una carrera por el
pasillo y por sobre las personas que en él están. En ese preciso
momento se abre la puerta de la cabina del conductor. Es el auxiliar
alertado por los pasajeros, el pitido no merma, la niña se abalanza
sobre el auxiliar y desaparecen abruptamente en la cabina. El bus
comienza a desestabilizarse, se pasa a la pista contraria, siento
súplicas, chillidos, llantos. El bus sale de la carretera, la gente
vuela de un lado a otro…
Mis
padres… moriré… que esto termine… mi brazo… todos moriremos.
Dios, ayúdame, ayúdame… los gritos… sálvame… los gritos me
enloquecen, no, no, no, no, no puede ser, te lo ruego, mis padres…
mierda, moriremos, la alarma aún suena, ayúdame te lo pido… el
cinturón… mi cabeza…
La luz hiere mis ojos, lentamente los abro, todo
es blanco, no logro distinguir nada, ¿Qué me ha sucedido y dónde
estoy?...
Se oyen sirenas, quejidos, algunos llantos. Estoy
de pie en medio del bus, parada sobre el techo, arriba es abajo. Todo
es un caos, la señora de junto yace muerta, ensangrentada. Sólo
unos cuantos se mueven, lloran, gritan. La sirena se detiene, oigo
gritos afuera, el sonido de máquinas de corte. De pronto, la veo
agazapada, me mira, sonríe con la boca repleta de sangre y chillando
se abalanza sobre mí. No me puedo mover, me ataca, grito todo lo que
puedo, salta sobre mí y caemos…
Abro los ojos, todo es blanco, estoy tendida en
una cama con aparatos y sondas adheridas a mi cuerpo. Al parecer
estoy en un hospital, el de Castro seguramente, por eso el sueño,
¡claro… tuve un accidente! Me duele la cabeza, y siento pesadas
las piernas, logro moverlas con dificultad. ¿Cuántas personas
habrán muerto…? Gracias Señor por salvarme, por permitirme vivir.
Cierto. Después de cada anestesia. Después de cada momento de inconsciencia. Después del despertar. Es el mismo agradecimiento porque estoy vivo. Dice Hamlet: Soñar, dormir, quizás morir. Y en el sueño darnos cuenta que es el fin.
ResponderEliminarExcelente cuento Aldo. Impecable tu, siempre. La pesadilla perfectamente lograda. Dices: "mis padres". Piensas en que no quieres que sufran las personas a las que tu quieres. No te importa morir. Te importa que ellos no sufran. Pero la muerte con sus dientes chorreando sangre está lista para atraparte en un segundo cualquiera de distracción. La pesadilla es constante. El bus donde tu vas es la vida y arriba de la vida va la muerte.
El agradecimiento a Dios por estar vivo es cuando te bajas de la vida. Genial.
Me llega perfecto todo el latir de amar, vivir y morir al mismo tiempo. El terror late en cada segundo de la vida. Perfecto. Muy bien logrado. Junto a la alegría de "estar vivo" en un instante tan mínimo de tiempo. Genial. Muerte, vida, tiempo.
Muy interesante.... me recordó mucho a Identidad Suspendida..... inesperado hasta el final.... vle por compartirlo
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