miércoles, 27 de junio de 2012

Dispersión

Autor: Aldo Astete
Categoría: Terror

He logrado entrar, es sábado y ayer pasó de todo, estoy contenta de estar aquí. La música suena fuerte, mis amigas me hablan, no entiendo nada, el humo de cigarrillo ahoga, me arden los ojos.

Llegamos hasta el borde de la pista, las luces distorsionan los cuerpos. Un vaso en mi mano, lo bebo al seco, la garganta se incendia. Cesa la música y se oye la voz del DJ, las personas corean al unísono “todos alerta, vienen las lanchas...”.

Estoy en la pista, bailo sensualmente, unas manos fuertes me tocan, casi me hacen daño. Las luces y el humo me impiden ver el rostro, es más, tengo los parpados cerrados, da lo mismo. Siento un fuerte abrazo que me ahoga, un mordisco sensual al cuello se transforma en dolor punzante, me hace empujarlo.

Se oyen gritos, ya no hay música, logro verlo a la cara, está deforme, ríe y de su boca brotan hilos de sangre que fluyen por su mentón y cuello. Los alaridos son ensordecedores, las personas corren a mi alrededor tropezando, cayendo, me miran espantados. De pronto estoy sola en medio de la pista, envuelta en una densa neblina, siento algo tibio y viscoso salir de mi cuello. Estoy segura que es sangre pero no puedo ver nada, mi respiración se agiganta, no oigo más.

Las tinieblas se disipan, mis manos están atadas a un madero, estoy crucificada, la sangre fluye rauda por mi pecho, comienzo a sollozar, a gritar. Algo se quiebra a mi lado, otro sonido de vidrio roto, levanto la cabeza y son cientos de ojos los que me observan con odio, con rabia.

¡Nosotros no somos los culpables, son ustedes asesinos! – oigo una voz a mi costado. Es mi agresor que está en otra cruz, él se voltea y me mira, en realidad mira sobre mí. Vuelvo la cabeza y en el otro costado se encuentra su amigo con la cabeza gacha, desnudo y también crucificado.

Los estallidos se hacen ensordecedores, algunos dan en mi cuerpo, casi no los siento. Pero los que dan en ellos los celebro, los vitoreo.
¡A él, láncenle a él!. ¡Él es el culpable, mátenlo! ¡Si no lo hacen nos terminará matando a todos!

Una sirena comienza sonar, más bien un pitido agudo como una alarma,

– ¡Ayuda, deben ser los carabineros, sálvenme, yo sólo vine a bailar!. ¡No tengo que estar crucificada, no soy culpable de nada!
La alarma se intensifica, mi cabeza, mis oídos, ¡silencien ese ruido! De pronto, el ruido cesa.

Abro los ojos, mi respiración es casi un jadeo, las letras bordadas “Cruz del Sur” me dan tranquilidad, sólo fue una pesadilla. La señora que va en el asiento del lado me mira extrañada. Me da mucha vergüenza, limpio el vidrio empañado y miro hacia fuera, aún no llegamos a Chonchi.

Siempre me arrepentiré de haberle mentido a mis padres para ir a la disco aquella noche. No era necesario, no me gustan las fiestas y menos el reggaetón, pero el revuelo era tal que mis amigas me convencieron y terminé mintiendo. No pude evitar observar las muertes.

El pitido otra vez.

– ¿Qué le pasa al chofer, acaso nos quiere matar a todos?– comenta en voz más que audible mi compañera circunstancial de viaje. Yo estoy acostumbrada, llevo tres años viajando todos los domingos para Ancud. Éste es mi último año en el liceo El Pilar. Durante estos años siempre los conductores sobrepasan el límite de velocidad. Por suerte conocen el camino.

Aún me restan dos horas, será mejor oír algo de música, Sigur Ros estará bien.

En el cruce de Cucao sube una niña que conozco, Lucía estudia en Castro. Viste de estudiante, con la falda plisada y corbata. ¡Qué raro, si es domingo!

Al subir noto que algo le sucede, respira entrecortado y camina rengueando. Se detiene en el pasillo, justo en frente de mi asiento. La miro para saludarla, pero ella continúa mirando hacia delante. Sus manos están arañadas, sus uñas sucias y cabello despeinado develan su deplorable aspecto, tampoco lleva mochila o bolso. Es raro y me preocupo. Continúo mirándola para hablarle y preguntarle qué sucede, pero ella sigue hipnotizada mirando hacia la cabina del conductor.

Miro por la ventanilla, estamos próximos a Chonchi. La señora de junto se mueve impaciente, está por bajar, se incorpora y pide permiso a Lucía, pero ella no se mueve. Lo intenta cogiéndola suavemente del brazo y reitera el permiso.

Por fin Lucía voltea y logro verla de frente, sus ojos inyectados en sangre, con un hilillo violáceo saliendo de sus fosas nasales. Su rostro demuestra una ferocidad animal y lo demuestra abalanzándose sobre la señora emitiendo agudos chillidos mezclados con una voz gutural. Comienzo a gritar, las personas se incorporan intentando zafar a la mujer, se la quitan de encima, sin embargo, entre los dedos de la niña se quedan gruesos mechones de cabello. El pitido otra vez, lo siento hiriendo mis oídos, la mujer llora, grita; patalea. Lucía intenta deshacerse de sus captores y con una fuerza sobrehumana lo consigue, emprende una carrera por el pasillo y por sobre las personas que en él están. En ese preciso momento se abre la puerta de la cabina del conductor. Es el auxiliar alertado por los pasajeros, el pitido no merma, la niña se abalanza sobre el auxiliar y desaparecen abruptamente en la cabina. El bus comienza a desestabilizarse, se pasa a la pista contraria, siento súplicas, chillidos, llantos. El bus sale de la carretera, la gente vuela de un lado a otro…
Mis padres… moriré… que esto termine… mi brazo… todos moriremos. Dios, ayúdame, ayúdame… los gritos… sálvame… los gritos me enloquecen, no, no, no, no, no puede ser, te lo ruego, mis padres… mierda, moriremos, la alarma aún suena, ayúdame te lo pido… el cinturón… mi cabeza…
La luz hiere mis ojos, lentamente los abro, todo es blanco, no logro distinguir nada, ¿Qué me ha sucedido y dónde estoy?...

Se oyen sirenas, quejidos, algunos llantos. Estoy de pie en medio del bus, parada sobre el techo, arriba es abajo. Todo es un caos, la señora de junto yace muerta, ensangrentada. Sólo unos cuantos se mueven, lloran, gritan. La sirena se detiene, oigo gritos afuera, el sonido de máquinas de corte. De pronto, la veo agazapada, me mira, sonríe con la boca repleta de sangre y chillando se abalanza sobre mí. No me puedo mover, me ataca, grito todo lo que puedo, salta sobre mí y caemos…

Abro los ojos, todo es blanco, estoy tendida en una cama con aparatos y sondas adheridas a mi cuerpo. Al parecer estoy en un hospital, el de Castro seguramente, por eso el sueño, ¡claro… tuve un accidente! Me duele la cabeza, y siento pesadas las piernas, logro moverlas con dificultad. ¿Cuántas personas habrán muerto…? Gracias Señor por salvarme, por permitirme vivir. 

2 comentarios:

  1. Cierto. Después de cada anestesia. Después de cada momento de inconsciencia. Después del despertar. Es el mismo agradecimiento porque estoy vivo. Dice Hamlet: Soñar, dormir, quizás morir. Y en el sueño darnos cuenta que es el fin.
    Excelente cuento Aldo. Impecable tu, siempre. La pesadilla perfectamente lograda. Dices: "mis padres". Piensas en que no quieres que sufran las personas a las que tu quieres. No te importa morir. Te importa que ellos no sufran. Pero la muerte con sus dientes chorreando sangre está lista para atraparte en un segundo cualquiera de distracción. La pesadilla es constante. El bus donde tu vas es la vida y arriba de la vida va la muerte.
    El agradecimiento a Dios por estar vivo es cuando te bajas de la vida. Genial.
    Me llega perfecto todo el latir de amar, vivir y morir al mismo tiempo. El terror late en cada segundo de la vida. Perfecto. Muy bien logrado. Junto a la alegría de "estar vivo" en un instante tan mínimo de tiempo. Genial. Muerte, vida, tiempo.

    ResponderEliminar
  2. Muy interesante.... me recordó mucho a Identidad Suspendida..... inesperado hasta el final.... vle por compartirlo

    ResponderEliminar

Siéntase libre de opinar, sugerir y criticar. Sólo pedimos no usar groserías y evitar faltas ortográficas.