Categoría: Tributo
Los tanques militares y los soldados inundaban la Alameda desde muy temprano. De lejos se distinguían las columnas de humo emitidas desde La Moneda, y por la radio se transmitía el himno nacional “Ya ha cesado la lucha sangrienta…” Fue el último verso que alcanzó a oír don Augusto antes de apagar la radio. Sabía que no era cierto, aún faltaba mucho que pelear. Y el estaba dispuesto a darlo todo por su patria.
Los cuatro líderes militares entraron al mismo tiempo al palacio de gobierno, fue solo un acto simbólico, para que las cámaras de televisión lo transmitieran a todo el mundo. En la práctica estuvieron poco tiempo allí. Presenciaron cuando se llevaron el cuerpo del upeliento ex-presidente, y luego acordaron comenzar las juntas de gobierno de su nuevo régimen en el edificio Portales, en una sala acondicionada para ello.
El día ya
terminaba cuando la junta iniciaba su primera reunión en una
habitación subterránea, recubierta con plomo y a prueba de sonido.
Sus cuatro miembros llegaban desde distintos puntos, algunos de fuera
de la capital. La labor de expulsar a los marxistas del país no fue
fácil. El cansancio no se evidenciaba en sus rostros, sino más
determinación que nunca. El comandante en jefe del ejército habló
primero:
— Señores,
estamos librando una guerra. Una guerra contra el marxismo
internacional. Nuestra labor pasa a ser sagrada. Ahora, en este
minuto, Chile es la última esperanza que le queda al mundo, y
Estados Unidos nuestro único aliado. Almirante Merino, quiero un
informe de la situación estratégica.
El oficial
de la marina se incorporó y tomó la palabra.
— General,
como usted bien dijo, estamos en una situación geoestratégica
crítica. Hacia el norte tenemos a la confederación popular de Perú
y Bolivia, y su ejército mutante de auquénidos
metamorfoseados enviados desde la Unión
Soviética. Un aborrecible experimento incomparable con nuestro
disciplinado ejército, pero me temo que muy superior en número.
Incluso tenemos informes de la FACH- el jefe de dicha rama asintió
levemente- de que se han avistado extrañas luces en dicho espacio
aéreo, seguramente más tecnología extraña enviada desde la URSS.
La frontera norte la tenemos totalmente resguardada por patrullas
militares, lideradas por el coronel Armando Valdés. Por otro lado
tenemos informes de que la república socialista Argentina también
se prepara para una invasión. Ese tal Guevara es muy peligroso
señor, podría atacar en cualquier momento. Nuestros mejores barcos
están llegando al canal Beagle en este minuto.
— Gracias,
Almirante. Ahora el informe de
inteligencia, Mendoza — el general le hizo un gesto al director de
carabineros.
Dicho hombre
se secó unas gotas de la frente y tomó aire antes de dirigirse a la
junta.
— Mi
general, hemos iniciado la persecución de todos los adscritos y
relacionados a movimientos y partidos de izquierda en Chile. Ya
tenemos detenidos a más diez mil personas. Fue más rápido de lo
que esperábamos, la ayuda de Patria y Libertad ha sido crucial en
nuestra lucha.
— Por
eso usa un brazalete de esos — le inquirió
Pinochet.
Mendoza se
llevó la mano izquierda a su brazo derecho, casi queriendo ocultar
el símbolo del murciélago. Disipó sus nervios antes de retomar la
palabra:
— Fue
necesario, mi general, una alianza con el Frente Nacional. No eran
tan fuertes hace un año, antes de que la CIA lo mandara… a él.
Un silencio
sepulcral envolvió el ambiente unos minutos. Mendoza reunió agallas
y continuó:
— Me dijeron
que si quería reunirme con él tenía que usar uno de estos.
— ¿Me está
diciendo que se contactó con el hombre murciélago?
— Batman en
Chile. Creí que era solo una leyenda urbana — comentó el general
Leigh.
— Está en
Chile, general. Desde hace un año. Antes de eso el frente no era
nada que nos fuera útil, hasta que él llegó desde Moscú,
reclutado por la CIA norteamericana, y les inyectó nueva vida a los
paramilitares nacionalistas.
— Sea
o no anti-comunista, no debemos olvidar que él no es ningún
murciélago, ni monstruo de las tinieblas, es sólo un hombre
disfrazado — precisó Leigh.
— No lo sé,
yo lo he visto hacer cosas asombrosas. Siempre que dice que va a
hacer algo, por imposible que suene, lo cumple.
Mendoza
aún recordaba los inicios del frente
Patria y Libertad. Se les atribuían incidentes menores en esa época.
Eran conocidos sus brazaletes blancos con una figura de tres
eslabones negros rotos en los extremos, pero luego del ´72 estos
símbolos fueron adaptados a la figura del murciélago. Y por las
calles de la capital aumentaron los actos terroristas de gravedad, y
en las murallas ese símbolo. Los informes de una figura obscura
huyendo de la escena del crimen le llegaban de a montones desde
entonces.
— Como
saben, él es el líder de la resistencia
en Moscú. Recibe apoyo de los Estados Unidos. Desde que llegó ha
intentado contactarse con la derecha chilena, aunque él prefiere
trabajar solo, dice que es más seguro. Nunca se sabe cuál será su
próximo movimiento, pero se que él mismo ya ha ejecutado a varios
dirigentes de izquierda. Lo más probable es que se retire del país
dentro de poco, el Frente ya ha agarrado mucha fuerza y autonomía,
casi más que la de carabineros. Además los norteamericanos están
enviando ayuda militar en este minuto.
— ¿Eso
cómo lo sabe?- le interrogó Pinochet.
— …
Me lo dijo él, mi general.
— ¿Dónde lo
contactó?
— Lo siento,
no puedo decirlo. El me prohibió comentárselo a nadie. Temo por mi
vida.
— ¡Por
el amor de Dios, Mendoza! ¡No sea cobarde! — Exclamó Merino — No
permita que un fenómeno alado
lo intimide. Somos el ejército de Chile, y usted el líder de
carabineros de Chile ¡Esa manga de inútiles
y subversivos del frente no puede tener
más poder que la institución fundada por el general Ibáñez hace
ya cincuenta años! ¡Díganos donde se contactó con el hombre
murciélago!
— Suficiente,
Merino— intervino Pinochet — lo más seguro es que no lo encontremos
en el mismo lugar de todos modos. Batman es de por sí ayuda militar
enviada por nuestro único aliado, y no la podemos rechazar. Tampoco
debemos olvidar que él es el único que ha podido enfrentarse al
arma que manejan los bolcheviques.
El punto más
duro de la situación había surgido y nadie se animaba a tratarlo.
Los militares retomaron sus asientos. Pasaron unos instantes antes de
que Pinochet le diera la palabra al general Leigh.
— La fuerza
aérea esta atenta a cualquier objeto extraño que sobrevuele nuestro
espacio aéreo. El coronel Valdés nos envía constantes informes de
los avistamientos en el norte, pero según nuestros especialistas, y
concuerdo con ellos, es poco probable que se trate de quien pensamos.
Los Estados Unidos dicen que quieren instalar antenas a lo largo del
territorio nacional que nos alertarán a ambos países de cualquier
objeto que se acerque a la velocidad del sonido. Todos nuestros
radares están atentos a lo mismo.
Pasaron
los años y el país fue desmoronándose rápidamente. La
inestabilidad económica del régimen anterior no era nada al lado de
la situación actual que mantenía al país al borde del colapso
total. Aislado internacionalmente, el único mercado que disponían
para intentar levantar su economía era Estados Unidos, una nación
también al borde del colapso y con Estados que se fueron separando
de su unión. A pesar de los planes traídos por los economistas
chilenos que habían estudiado en Chicago, con el multifacético
profesor Luthor, el nuevo modelo económico solo alargó
la agonía del país. Dio una estabilidad efímera que terminó con
las masas más empobrecidas que nunca. Miles de disidentes buscaban
escapar a cualquier parte. Latinoamérica entera ahora era la
Federación Bolivariana, encabezada por un consejo de soviets y
aliada incondicional de la pujante Unión Soviética mundial.
Los desmanes
y enfrentamientos en las calles eran comunes. Por más que
reprimieran los militares, las personas salían a las calles a
matarse entre sí por comida.
El miedo fue
la principal arma del régimen, pero no la más efectiva. Alertaban a
la población sobre un bolchevique volador más rápido que las balas
y con la fuerza de miles de hombres. Que podía estar en más de un
lugar al mismo tiempo, que los estaba vigilando todo el día, y que
podía escucharlo todo; Que por seguridad debían recubrir todas sus
viviendas con planchas de plomo para que no los vieran. No obstante,
dada la situación económica, aquellos que podían seguir la orden
del gobierno solo pintaban sus casas con pintura de plomo esperando
que eso bastara.
Se
decía que el norte grande ya se había
perdido, al igual que casi todo el sur de Chile. De la misteriosa
desaparición del coronel Valdés en el norte, se decía que había
caído en manos del enemigo, luego que había desertado y unido al
enemigo.
Ninguna
de las informaciones que llegaban eran
claras. Lo que más se escuchaba, a pesar de la propaganda del
régimen, eran rumores del gran hermano, del benevolente líder del
resto del mundo, siempre omnipresente y vigilante. El indudable
salvador de los pueblos del orbe. Una campaña sicológica contra la
que las autoridades chilenas no supieron cómo luchar.
Era
1978 y Estados Unidos había dejado de
enviar ayuda militar a Chile. Su deplorable estado ya no lo permitía.
Era cuestión de tiempo para que el enclave capitalista en Sudamérica
colapsara y cayera en manos de los bolcheviques, pero sus líderes no
lo iban a permitir.
Augusto
Pinochet, ahora presidente de la república
y capitán general de las fuerzas armadas, venía saliendo de un acto
en la escuela militar, y en su cabeza no dejaba de sonar el himno
nacional que había cantado con gran devoción junto a sus
seguidores:
“Libertad es la
herencia del bravo,
La Victoria se humilla a sus pies”
No era muy popular esa canción en aquellos días, pero a él le pasaba muy seguido que ciertos versos le resonaban en su mente todo el día.
Al
salir del recinto sintió el deprimente contraste entre las
pocas personas que aún apoyaban al régimen y cantaban fieles junto
a él, y las empobrecidas calles de la capital, atestadas de gente
dispuesta a matarlo y a alimentarse de sus restos.
Su blindado
auto, aún con toda la comitiva que lo rodeaba, alcanzaba a recibir
gritos de odio y reprobación de individuos desnutridos y ocultos
entre la miseria y caos que cubría la desnuda superficie de las
calles de Santiago.
Fue un
trayecto largo hasta el edificio Diego Portales. Su
fachada era lo único que inspiraba estabilidad, al lado de los demás
edificios abandonados y con cristales rotos.
Pero
su uso de verdad radicaba en el subterráneo. El general Pinochet
descendió por su ascensor privado hasta el búnker secreto donde se
tomaban las decisiones de gobierno. Llegó
con la misma indumentaria que había salido del acto, su pulcro
uniforme gris, su gorra militar, su oscura e intimidante capa, además
de su fiel bastón. Allí abajo ya lo esperaban los otros dos
miembros de la junta. Leigh, ahora tuerto y con un parche en el ojo,
y Merino tan enérgico como siempre. Ambos estaban de pie ante la
mesa principal donde analizaban un mapa.
— ¿Cómo
llegaron antes que yo?
— Terminamos
el túnel que une a la escuela militar con el resto de la red antes
de tiempo.
Leigh
acercó al capitán general al mapa y le mostró el mayor logro del
gobierno militar: Una red de túneles secretos que interconectaban
todos los puntos importantes del centro de la capital, con su centro
bajo la actual cede de gobierno, en el búnker de la junta militar.
Originalmente estaba diseñado para ser el metro de Santiago, pero
las prioridades habían cambiado hace mucho.
— Todavía no
esta recubierto con plomo, pero era seguro atravesarlo.
— ¿Y no se
me informó de esto? ¡Que insolencia, que no saben que en este país
no se debe mover ni una hoja sin que yo lo sepa!
Gritó sin
mayor provocación. En realidad hace mucho que no tenía poder más
allá de algunas calles desde ese búnker. Nada había salido como lo
esperaban, y ya no quedaban soluciones.
Sin mirarlos
a los ojos les preguntó:
— ¿Dónde
esta Mendoza?
— Mi General,
sucede que… — Leigh no tuvo el valor para decírselo.
— Hubo una
masacre, señor. — le aclaró Merino — Fue durante el acto. Los Batmen
ejecutaron a Merino y a otros dirigentes de carabineros. Decían que
eran débiles y solo les estorbaban. Esos anarquistas de mierda ahora
son los encargados del orden en las calles.
Sin
que abriera la boca se vio como se desencajaba la mandíbula del
envejecido militar. Un tic hizo bailar su pómulo izquierdo unos
minutos y finalmente corrió una silla y se
sentó sin saber qué decir.
— Primero se
van los gringos, y ahora esto… nuestra patria querida. Demasiada
pequeña para el mundo que nos rodea… En verdad ¿Qué oportunidad
nos queda?
Los dos
militares estaban atónitos. Jamás imaginaron ver a su general
reconociendo la derrota. Pero era algo inevitable, eran solo un
minúsculo país luchando contra un súper hombre alienígena y casi
todo el planeta.
Solo
pasaron unos segundos antes de que sintieran a la tierra
temblar, al edificio retumbar, y ha rápidos enfrentamientos en la
superficie. Leigh corrió al teléfono a exigir informes de lo que
ocurría, pero cuando ya tenía su mano en el auricular, un rayo
calorífico estaba desintegrando la compuerta de entrada al Búnker.
Cuando ya no quedaba nada que le obstruyera el paso, una especie de
rayo atravesó la abertura y una figura se materializó justo tras
las espaldas de Pinochet.
Este
último sabía quien estaba atrás, era inevitable
que viniera en algún momento. Se incorporó sin apuros y dejó la
silla a un lado.
-Dos
fenómenos con disfraces en nuestro país
es demasiado. Camino aquí debiste ver los resultados de eso,
Superman.
Leigh y
Mendoza estaban paralizados, pero su líder no se mostró intimidado
en lo más mínimo mientras se dirigía al hombre de acero, ser
invencible y posiblemente todopoderoso.
Pinochet lo
veía solo como otro uniformado, su traje era de un tono gris
similar, la capa de un rojo intento en perfecta coherencia con el
martillo y la hoz que decoraban su pecho.
— Claro
que los vi, general. Le pido que disculpe
mi español, aprendí el idioma hace solo unos minutos.
Su arrogante
modestia fue lo primero que le repugnó a Pinochet, incluso más que
ese asqueroso símbolo en su pecho. Fuera de una o dos erres que
sobrecargó a lo largo de la conversación, su acento era
prácticamente neutro y su modulación perfecta.
— Finalmente
viniste a invadir nuestro país, era cuestión de tiempo.
— No he
invadido nada. Sólo noqueé a los guardias que estaban allá arriba.
Ninguna gota de sangre fue derramada aquí, ni en ningún país que
actualmente forma parte de mi gloriosa
unión soviética mundial. Todos se unieron voluntariamente,
escogieron la prosperidad y seguridad que les garantizaba en lugar
del caos del capitalismo.
— ¡Dirás
dictadura bolchevique! Nuestra patria no está para tus
totalitarismos. Eres un monstruo de otro planeta que no deja en paz a
nadie, en cambio mira allá afuera en las calles de nuestra capital.
Los niños corren libres sin que nadie les diga qué hacer todo el
tiempo ¡Aquí en Chile gozamos de verdadera libertad!
Los
otros dos generales se miraron entre sí, no sabían como terminaría
esto, ni siquiera si debían apoyar a su
líder en ese debate.
— A quién
intenta convencer, ¿A mí o a usted? No intente discutir con migo,
tengo una inteligencia de nivel nueve. Su pueblo pasa hambre y
miseria, y usted los asfixia con la represión de sus soldados. Si
les preguntara, casi todos estarían dispuestos a unírseme, general.
— ¡Capitán
General! — Le corrigió Pinochet al tiempo que juntaba sus pies y
chocaba sus talones- Y no me interesa de cuantos números sea su
inteligencia, aquí estamos peleando por algo que no se mide con
números ¡¡¡Por nuestra patria!!!
Superman no
tenía nada más que decirle. Tranquilamente caminó por el búnker
admirando las pantallas y mapas a lo largo de la fortificación.
— Debo
decir que han hecho un admirable trabajo, camaradas. No obstante,
siento decirles que esta estructura no es perfecta, el sonido si
logra filtrarse. Puede que no pueda ver su interior desde afuera por
el plomo, pero escuché casi todo lo que
dijeron, como cuando reconoció que esto ya no tiene cómo resistir,
camarada Pinochet.
— Lo
sé… — Había mordido el anzuelo, mientras hablaba hizo girar bajo
su capa el mango de su bastón y lo separó en dos- pero nunca vio
este regalo que me mandó el profesor Luthor.
La siguiente
escena quedó grabada en la retina de Mendoza y de Leigh. Su general
sacó de su capa una estaca de un extraño material verde brillante.
Como un feroz gladiador se lanzó con todas sus fuerzas puestas en su
puñal listo para herir a superman.
Lo
siguiente ocurrió demasiado rápido para que los ojos de los
militares pudieran seguir el desenlace. Escucharon un gemido de
dolor, y antes de que se dieran cuenta su general había sido
expulsado varios metros hacia la pared, aterrizando sobre unos
paneles de radares que rompió por el
impacto.
Superman se
encontraba inclinado y con la estaca enterrada en su costado.
Haciendo un gran esfuerzo logró retirarla, y los uniformados
quedaron atónicos al ser uno de los pocos humanos en tener el
privilegio de ver sangrar a Superman.
Este último
arrojó lejos la estaca y se dirigió al apaleado general Pinochet.
— Muy
valiente de su parte, pero ya no hay más que pueda hacer.
No eran
pajaritos los que quedaron dando vueltas en torno a la cabeza del
dictador con el impacto, sino más versos del himno nacional:
— “Si
pretende el cañón extranjero, nuestro pueblo osado invadir…— le
contestó, cantando con una débil voz y con los ojos entrecerrados-
Desnudemos al punto el acero… — sacó un revolver de entre sus
ropas y lo apuntó a su sien — Y sepamos vencer o morir.”
Fue lo
último que dijo. Si no fuera por las partículas de kriptonita que
aún recorrían la sangre de Superman, seguramente hubiera podido
detener la bala.
Un poco más recobrado por
el ataque, se dirigió a los generales que quedaban.
— Bueno,
camaradas. Tenemos que reconstruir una nación. Bienvenidos a la
Unión Soviética.
— Sabes
que no te seguiremos voluntariamente- le arguyó Merino- ¿Qué nos
vas a hacer? Nos harás esa trepanación cerebral y nos convertirás
en uno de esos “robots de Superman” en unos humanoides
moscovitas.
— Tengo el
presentimiento de que podré contar con su colaboración sin tener
que recurrir a eso. Ahora, será mejor que subamos, hay mucho que
hacer.
Pasaron
unos momentos en que nadie movió un músculo. El
primero en obedecer y dirigirse al ascensor fue Leigh. Merino le
lanzó una mirada asesina, sabía que él nunca quiso a Pinochet como
líder de la junta, y con esto expresaba su reprobación al difunto
general. Titubeante, finalmente lo acompaño y subieron juntos. No
les quedaba otra.
Superman
prefirió salir por la entrada que él mismo había creado. Pero
antes de hacerlo se acercó al cuerpo del ex dictador y lo presenció
unos instantes.
— Otra vida
que no pude salvar y una cicatriz que no se borrará de mí costado…
Lex Luthor aún no sabe como vencerme, pero sí como dejarme
recuerdos.
Muy buena, se nota leíste "Superman: Red Son" exelente contribución a la causa. Después de todo se menció a chile como el segundo país que tiene una estructura capitalila... Muy bien jugado en fin saludos
ResponderEliminar