Categoría: Azul Eléctrico
¡Dime!
Tú te crees que protestas
¡Dime!
Me aseguras que protestas
¡Dime!
Tú te crees un rebelde o algo así.
Tú te crees que protestas
¡Dime!
Me aseguras que protestas
¡Dime!
Tú te crees un rebelde o algo así.
…mira
nuestra juventud,
qué
alegría más triste y falsa…
Jorge
González
Era tal el revuelo
en el pueblo desde que se anunció el concierto de “Los
Prisioneros” que los adolescentes se juntaban en las casas de sus
amigos para oír sus cassettes, Mi hermano Miguel, no era la
excepción y asistía religiosamente todas las tardes a la habitación
que Rodrigo Tapia arrendaba en la entrada de la población Los
Boldos, un joven de 20 años, oriundo de Concepción y fanático de
“Los Prisioneros”. De hecho, se vestía con zapatillas de lona,
jeans ajustados, polera de un solo color y chaqueta de mezclilla
oscura. Tenía los tres álbumes en vinilo y cassettes.
Mi
hermano salía de la casa a eso de las seis de la tarde y regresaba
cerca de las nueve. Mis padres comenzaban a sospechar que anduviese
en algo raro. No es que creyeran que se metería en problemas de
droga o delincuencia, sino que más bien, se trataba de aquella
música juvenil contestataria, con sus letras modernas, las que
podrían transformarse en el problema.
Que
Miguel se reuniera con otros por los motivos que fueran ya revestía
complicaciones, pues había una ley que impedía las reuniones
sociales, tachándolas de conspiración. Sólo bastaba que algún
vecino mal intencionado los denunciara por asociación terrorista
para que fueran detenidos y confinados en los calabozos de la segunda
comisaría de Montelar.
Los
recreos en mi escuela eran amenizados con canciones como “Por qué
los ricos” aludiendo a que éstos eran tan estúpidos como
nosotros, los pobres, algo que me gustaba imaginar, pues nos
nivelaba, al menos desde mi visión igualitaria de la infancia en
dictadura. Cantar “La voz de los ochenta” era peligroso, algunos
adultos veían su letra como una consigna política en contra del
régimen militar. En todo momento estábamos conscientes de que
jugábamos con fuegos musicales que de a poco se transformaban en
himnos populares.
Así
fueron pasando los días, podíamos sentir la efervescencia y
creíamos que algo importante sucedería en nuestras vidas. Algunos
adultos también se entusiasmaban con el arribo del “trío de San
Miguel”, comentando en las calles las características de los
sanmiguelinos, sus problemas para actuar y lo cerca que estaban de
que los hicieran desaparecer, sin duda eran los más osados en Chile.
Estos temas dejaban por momentos en el segundo plano los
padecimientos económicos de los habitantes del balneario a causa de
las malas administraciones.
La
fecha del único concierto que darían en Montelar se acortaba, sólo
restaban tres semanas para el 28 de agosto y el ánimo crecía. Mi
hermano cantaba todos los días las canciones de moda “Maldito
sudaca” y “Pa pa pa”. Sin embargo, le habían restringido las
salidas, pero le daba lo mismo, pues Rodrigo Tapia había prestado
los LP a la radio “Paraíso FM” y todo el día intercalaban
diversos temas musicales. Se hicieron algunos programas especiales
que escuchábamos pegados a la radio Hitachi que nuestro padre había
comprado recientemente en la “Casa Taboada” de Valdivia.
Lamentablemente,
una noticia llegó a poner en entredicho todo el entusiasmo y la
ensoñación. Comunicaron por la misma emisora que estaba programada
la visita ilustre del General Augusto Pinochet Ugarte, que por vez
primera se dignaría a pisar nuestro suelo. El arribo estaba
preparado para el día de la Asunción de la Virgen María, el 15 de
agosto.
Bastó
esta noticia y la inminencia de la llegada de Pinochet, para que las
personas se trastornaran. Un clima de miedo y desazón reinó en gran
parte de los ciudadanos, mientras tanto otro sector de la población
estaba contento de que su excelencia visitara un pueblo repleto de
comunistas que aún era necesario encerrar y hacer desaparecer.
A
mi hermano le prohibieron completamente las visitas a la casa de
Rodrigo Tapia. Miguel obedeció como se esperaba que lo hiciera; como
se suponía debíamos hacer todos. La voz de los ochenta sonaba muy
bien en “Los Prisioneros”, pero era peligrosa para los que no
teníamos voz.
“Total -se
consolaba Miguel-
había logrado grabar varios cassettes en la Hitachi con las
canciones más conocidas y con el inconfundible agregado en off
Radio Paraíso FM”
El
15 de agosto fue feriado y el sol ardía como pocas veces en el cielo
azul montañoso del pueblo, de pronto fuimos sobresaltados por un
sonido que estremeció el cimiento de nuestra casa y quebró algunos
vidrios. Huimos al patio e inmediatamente miramos al espacio del que
provenía aquel derrumbe cataclísmico y pudimos ver perderse con
asombrosa velocidad los Mirage del Ejército de Chile, esta conmoción
sonora se encargaba de anunciarnos abruptamente la presencia del
General en el pueblo.
Más
tarde salimos a la calle en familia, los vecinos hacían lo mismo,
como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Estaba por presentarse su
excelencia en el frontis del municipio y era mejor ser visto en
sociedad para evitar posibles malos entendidos. Jamás vi tal
muchedumbre reunida para un discurso, ni siquiera en “La semana de
las rosas” en el aniversario del pueblo.
El
público presente o al menos quienes nos rodeaban, mostraban una
sonrisa fingida. Tras esa careta estaba el miedo de ser observados
por un contingente armado que pobló las calles aledañas. El horror
llegaba a instaurarse al pueblo.
El
discurso fue extenso, estridente, repleto de vítores sin entusiasmo,
hasta que el generalísimo habló del grupo de pelientos santiaguinos
“Los Prisioneros” y de que ojalá, las autoridades locales se
opusieran a su presentación, que ellos no lo podían prohibir, pero
que el alcalde sí podía tomar cartas en el asunto, aquellos jóvenes
se decían músicos, pero en realidad eran agitadores sociales que
nada debían hacer en un pueblo tan hermoso como Montelar. Con Miguel
nos miramos y supimos que todo se había estropeado.
Esa
misma tarde expulsaron a Rodrigo del pueblo, luego de allanarle la
habitación encontrando una buena cantidad de cassettes y Lp del
grupo que ahora estaba vedado para todos. La radio dejó de tocar
música de “Los Prisioneros” y en el colegio endurecieron los
castigos para quienes se creyeran Jorge Gozalez, Claudio Narea o
Miguel Tapia.
“Los
Prisioneros” no pudieron presentarse en Valdivia, Osorno y
Montelar, sólo Puerto Montt los recibió, pero sólo para finalizar
en una gresca monumental en el preciso momento en que era
interpretado por unos 1500 asistentes el coro de “La voz de los
‘80”
“Ya
viene… la fuerza… la voz de los ochenta… Ya viene… la fuerza…
la voz de los ochenta”
Yo siempre he dicho, hay dos tipos de dictadura: las que no dejan que grupos como Los Prisioneros vean la luz del día, y las otras que les dejan tocar, pero con ciertas restricciones.
ResponderEliminarBuen aporte este cuento, siempre he creído que las letras de los sanmiguelinos dan para muchos más relatos.
Saludos
El miedo y la paranoia son los mejores métodos de control. Una lastima por el cuento, demuestra que la frase anterior es muy cierta.
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