domingo, 16 de octubre de 2011

Saga de 1985. La casa: La máquina de hacer ángeles. Parte II

Autor: José Luis Flores
Categoría: Infancia



           Recolecto regalos por el resto de la casa. Sé que con la mayoría no debo ser exigente, un botón de colores, una corbata sucia, me basta: solamente exijo que les cueste desprenderse de ellos, que tengan una historia y que me la cuenten.
Todo fruto de mi cacería lo voy ajustando a la máquina. La escucho quejarse cuando le agrego los dientes de mi tío Max, me invade un miedo raro, injustificado. ¿Le estaré haciendo daño? No estoy tranquilo hasta que no la escucho respirar normalmente. No estás lista, le digo sin abrir la boca.
No me siento bien, me duele la cabeza, me pasa cuando estoy mucho rato cerca de ella.
Me tiendo en la cama y no puedo dejar de pensar que cuando era chico creía que estábamos a salvo en la casa, que el Diablo que Camina no nos podía ver aquí. Entonces yo estaba equivocado, por supuesto. Pero tenía que confiar en algo. Rezábamos dos veces al día, íbamos a las misas, no llorábamos en público. Mi mamá y yo éramos un ejemplo para todos. Incluso para no molestar inventamos los juegos callados. Había como diez de ellos, pero mi favorito era ese en el que mi mamá pensaba un número y yo tenía tres oportunidades para adivinarlo. Bueno, también podían ser colores, letras o animales.
Iba todo bien hasta que encontramos a los hijos de la gata blanca que hace poco había parido en el entretecho, justo arriba de mi pieza. Eran cuatro gatitos. Estaban muertos, pero no solamente eso. No fue difícil ver que habían sido consumidos por el mismo diablo. Estaban secos, con sus ojos cerrados, sus bocas abiertas, escupiendo hormigas malditas y negruzcas. No había una gota de agua en ellos, se los habían bebido.
Yo no podía salir al patio, así que los metimos en una caja de zapatos azul. Sobre ella dibujamos una cruz. Mi mamá rezó el Padre Nuestro, por alguna razón no quisimos usar ninguno de los cantos de mis papás. Ese día usamos la vieja oración. Mi mamá dice que leer la Biblia era como volver a una casa grande, vieja y vacía, pero que nos gustaba mucho. Y yo recé: …perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación. Hasta ahí, no pido ser librado de todo mal, ni digo Amén.
Me da la impresión de haber llorado ese día entero, pero no creo, nadie tiene tantas lágrimas. Ahora pienso en esas patitas acolchadas, rosadas. En esas garras que no rasgaron nada, que nunca cazaron lauchas en el patio. Después pienso en que esa mamá estaría llorando a sus hijitos, aún más que yo. ¿Qué pasaría con mi mami si me pasa algo? Era diferente con los animales, claro, ellos no tenían alma, por lo tanto no se podían ir al infierno. Entonces yo estuve muerto de miedo, porque tenía muy claro que esa había sido simplemente una advertencia. La bestia sabía que estaba en la casa, venía por nosotros, no, pero aún, venía por mí. Ese fue el día que nació la idea de la máquina: necesitábamos a los ángeles de vuelta.
Los componentes los he ido intuyendo, no es un juego que venga con instrucciones. Algunas veces son cosas simples, pero que brillan más que el resto, otras veces son recuerdos, como los dientes que el tío Max me dio. Pedazos mágicos que se desprenden de la gente cuando se les va cayendo la fe.

***

           Cierro los ojos para evitar el mareo. Es la hora de mi siesta, pero realmente no duermo, pero me quedo inmóvil y por un momento finjo estar muerto. Es difícil no respirar, quiero ser uno de esos gatitos, estar en descanso. Por ahora, trato de no pensar en todas esas piezas que me faltan, son tantas y tengo poco tiempo.
      Cuando trato de levantarme el piso se me tambalea, como si estuviese decidido a hacerme bailar. Mi estómago no está conforme y ruge. Una arcada, dos. Y derramo liquido sobre el piso. Me sorprende el contenido: nada. Solo agua, una verdura aquí y allá, algún resto negruzco de comida, pero no mucho más. Otro espasmo y estoy de rodillas. Hay un canguro en mi guata, uno que quiere pelear. Ya no tengo nada más que soltar, pero me quedo en esa posición. Hay lagrimones involuntarios en mis ojos y agua en mi nariz. He sido noqueado, como dice
Después de un rato mi mami entra en la pieza, está preocupada. No le gusta que me enferme, cree que es su culpa, que no me cuida. Limpia, pero el olor no se va, si pudiésemos abrir las ventanas sería distinto.
Se acurruca a mi lado. Habla un montón, pero yo le entiendo la mitad. Pone la mano en mi axila, me da cosquilla, pero yo no quiero jugar. Dice que estoy muy frío. Dice muchas más cosas. Yo quiero mostrarle el libro, pero no me deja hablar.
-Nos vamos a bañar, ¿ya? - dice.
A los niños no se les pregunta, dice Papá Bueno, dice que nos confunde. Son cosas que mi mamá no ha aprendido. Sé que yo no me quiero meter al agua, sé que tengo frío, que quiero dormir, que quiero dejar de pensar. Quiero muchas cosas y algunas se oponen entre ellas. Odio cuando esto me pasa, pierdo el tiempo, me desaparezco adentro mío. Y es mi cumpleaños, me faltan tantos regalos por abrir.
Calentar agua es un problema, pero mi mamá no me bañaría con agua helada ni siquiera en febrero. Su truco es subir hasta la pieza suficientes cacerolas con agua de la cocina y mezclarla con el agua helada del baño de mujeres. Tenemos una tina de plástico escondida en el entretecho. Claro esto no se debe hacer, pero mi mamá es una bruja, su mezcla es perfecta. Siempre nos bañamos en horarios raros, a escondidas. Las mujeres se bañan todas juntas, los hombres a sus horas. No me gusta quebrar las reglas, quiero decirle algo a ella, detenerla quizás, pero todavía estoy muy mareado para discutirle algo.
Ya no quepo en la tina, así que me quedo pilucho, de pie. Al comienzo la esponja me hiela aún más, pero el agua caliente hace efecto, primero es un hormigueo, luego es calor. El agua me retorna a la vida.
-Luego no me vas a dejar bañarte- dice mi mami soltando un jarrito de agua sobre mi pelo -tengo que aprovechar ahora para dejarte lindo y perfumadito.
El jabón también es contrabando, se lo ha comprado a otra de las mujeres, las viejas guardan estas cosas. Supongo que les recuerda otros días. Me preocupo, mi mami está haciendo cosas muy peligrosas, ¿por qué?
Estamos encerrados, tocan la puerta mi mamá guarda silencio y sigue bañándome. Este es el único momento en que no obedecerá ninguna orden.
-Miriam -dice la voz- tengo que hablar con el niño.
A pesar de la puerta reconozco la voz. Es mi papá. Ella no se detiene, nunca lo dejaría entrar, no mientras yo esté desnudo, eso sería un sacrilegio y la única culpable de eso sería ella. La desnudez del niño es impensable, inaceptable. Perdería mi pureza y entre otras cosas, no podría terminar mi máquina.
Me incorporo, el sueño se va, ya no estoy tan mareado ni tengo frío. Comienzo a estar funcionar, pero tengo susto. Papá Bueno quiere hablar conmigo, no con nosotros, conmigo.

3 comentarios:

  1. D: nada que decir... pareciera ser que no tuviera fin el la saga, como si cada termino de las partes no te dejara satisfecho con un final apropiado... En fin vale por compartirlo

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  2. Gracias Gonzalo, tiene un condoro esta versión. Falta el nombre Antonio un esta frase: He sido noqueado, como dice... les mandé una versión más viejita. Sorry y abrazos a Chilenia

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  3. Me parece complicado encontrar cosas de tanta calidad en un Blog, felicidades a los Editores por este gran trabajo buscando escritores.

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