Autor: Gonzalo Fernández (@Tue_Tue)
Categoría: Paganismo
El pasillo del
edificio delataba que tan antiguo era, ya que sus luces no paraban de
tiritar y a algunas de sus paredes le faltaban una que otras losas y
tenían grietas visibles. Por esa vía transita un hombre en una
silla ruedas, empujado por una enfermera de tez blanca y cabellos
rubios y escoltado por dos hombres gruesos con gafas oscuras y
vestiduras negras. Ellos iban a media marcha, ya que sabían que el
sujeto en la silla no podía ser agitado con emociones fuertes y a la
vez no debían perder tiempo porque estaba a punto de morir. Llegaron
a una sala de operaciones, empujando una enorme puerta doble, pero no
se veía instrumento médico alguno, solo velas alrededor de un
círculo donde se apreciaba un pentagrama en cuyo centro había una
cruz cristiana. Todo rodeado por un grupo de personas con túnicas
franciscanas.
“Om sun
mayoc” pronuncian los hombres de las túnicas con arrugas visibles
y de un corte de pelo militar y canas blancas. La enfermera coloca a
su paciente en el centro de tan profano símbolo, el cual para los
que estaban en ese lugar era una verdadera herejía al combinar algo
sagrado con algo pagano. Sin embargo, ellos reconocían el poder de
los signos “diabólicos” para lograr su objetivo. Al estar todo
en su lugar para la ceremonia, la enfermera y los hombres de negros
desaparecen por la puerta principal y los sujetos de vestiduras
franciscanas rezan una extraña oración, sacada de un pueblo que
pocos saben de su existencia y que es tan antigua como la misma
humanidad. Una persona se acerca al anciano entrado en el extraño
dibujo, sacádose la capucha y revelando un rostro arrugado, con una
nariz algo chata y unos pelos canosos, además de brazos muy cortos.
Este personaje le dice a todos, mientras sus compañeros seguían
recitando tan extraña conjuración:
“Yo doy mi
cuerpo y mi sangre, como lo hizo Jesucristo en la cruz,
para que sea
usado como receptáculo de un hombre
que ha dado
mucho por este país y a los suyos que lo siguieron.
Un hombre
santo, derecho e íntegro para Chile y
que no
merece caer en la muerte para salvarnos de la heregía de los
profanos.
Doy mi cuerpo
sabiendo que al sacrificarme
seré
merecedor de la gracia de Dios y de su salvación.
¡Amén!”
Al
terminar de decir el discurso, el signo en cada uno de sus trazos se
ilumina de una luz blanca y a las dos personas que están encima de
él, les sale una especie de niebla espesa por sus bocas que se
intercambia uno al otro. Cuando el traspaso fue completo las velas se
apagan y todo queda en la oscuridad...
El 10 de
diciembre del 2006, muere Augusto Pinochet a la edad de 91 años. Sin
embargo no era él quien falleció, sino otra persona dentro de su
cuerpo. Sebastian Piñera usando el poder la hechicería y de arcanos
antiguos logra trasladar su alma al cuerpo del general y viceversa,
con el objetivo de mantener el legado que dejó éste en Chile,
permitiéndole vivir al antiguo dictador en su cuerpo para idear su
candidatura a la presidencia de Chile para el 2009.