Autor: Samir Muñoz
Categoría: Terrorismo
La oscuridad se
adueña de la ciudad. Prenden los vástagos de sol y la gente se
oculta de la niebla en los asfixiantes túneles. Reptan bajo la
ciudad hacia sus cubiles, repoblando la halógena urbe. Entré al
metro a eso de los ocho, recién salía del preuniversitario. Aún
acá maldigo la competitividad que te obliga a sacrificar momentos,
miradas, juventud. Es atroz como los jóvenes deben bajar juntos a
los de mirada gris, creyendo que ese es su futuro, contagiados, y tal
vez, aterrorizados. Así es como aíslan en su utopía musical para
ahuyentar la condenada realidad.
Mientras caminaba,
antes de llegar a la estación, me llenaban sus ojos pardos, su
nombre anónimo, una clase posible e idealista, atravesar la sala,
lograr su sonrisa. Un hombre tosco me golpeó con su maletín y le
mire con molestia y odio. Ese odio que germina en el encierro, del
aislamiento y ver que nadie es capaz de abrir los
ojos. La noche exalta a los asfixiados. Taciturna la gente olvida su
destino, que es demasiado corto para gastarlo en enojar.
Odie el maletín
negro, el muslo donde se había enterrado me dolía. Recordé el
noticiario de la noche anterior, el atentado en la línea verde. Por
su culpa tenía que viajar en esta
asquerosa y sudorosa vía. Me sentía parte del rebaño. Habían
muerto unos cientos de personas. Llantos sin nombre para los Mass
Media. El grupo extremista alegaba, si eso era alegar, por el cese de
la guerra con nuestro vecino. Que importa un pedazo de desierto,
cordillera o pasto, si ya no han sido explotados es que son un punto
ignorado del mapa, no hay que dejarse avasallar. Eso no justifica la
muerte de los jóvenes, usados como melé, aquellos con principios y
sueños, dispuestos al sacrificio. Esta guerra es solo una excusa
para enaltecer la alicaída imagen de la secta gobernante. Pero eso
no justifica matar a tu propio pueblo para demostrarte contrario.
Maldito atentado que me
provocaba paranoia, pues un escalofrío me recorrió cuando el
desvarío tocó la posibilidad. Maletín negro, mirada hosca,
cejijunto, nervioso, vestido oscuro y desgreñado. Ahuyenté la
teoría absurda, pero me mordía la idea. Él se sentó en el suelo y
me miro inexpresivo, un escalofrío me recorrió. Me puse los
audífonos para escapar del amenazante mundo. Más tranquilo
alternaba los indicios de abulia con la cara de ella, y de vez en
cuando desdeñaba la idiota conjetura que me perseguía. Avanzamos
algunas estaciones y el vagón comenzó a hervir, le es imposible
contener el calor de tantos cuerpos avergonzados, de tantos
condenados. Esta maldita sociedad y su conformismo, se ajustan a como
son las cosas y lloran en la almohada, mas de día su careta es la
mirada perdida en el horizonte. Pueblo-rebaño te haré respetar a
los zorros, ya no te protegerá la aristócrata manada.
La idea me devoraba. Lo
veía transpirar y me corroía, sus ojos siguiendo las estaciones
esperando algo, su mano jugando con los cierre del maletín. Habíamos
pasado ya seis estaciones, seis lapsos de eternidad, del ir y venir
de sus dedos entre los cierres asesinos. El tren se detuvo. Lo
observé transpirar frío, la falta de vapor a su alrededor lo
delataba. Vi sus manos crisparse mientras sus pupilas se dilataban.
Aullé con la mirada a los policías que subían con sus perros a
registrar el tren ¡Ayuda! pero respondieron con un general no se
preocupen, es rutina, medidas de precauciones, mientras uno más
lascivo que otro miraba a una chica. Parches sociales, intentan
engañar al rebaño como si en verdad fuese estúpido, como si unos
perros pudieran hallar la bomba. El hombre sudaba mientras se
aferraba a su arma, su mano dudaba, mientras mi grito no escapaba, mi
voz se ahogaba en el pavor cuando los policías salieron sonrientes y
el vagón volvió a avanzar. Tocó los cierres, los soltó, alguien
se interpuso. El terror no me dejaba respirar. Llegábamos a la
última estación y yo esperaba el momento fatal. El tren cambio de
vía bruscamente y vi el maletín abierto mientras el sacaba un
sándwich con ojos ávidos. Mis miedos acabaron. Estaba decidido. Por
fin respiré.
Allí fue cuando el tren
explotó.
Que oscuro cuento, nunca pensé que samir escribiera algo como de ese estilo, pero se nota que tiene ese aspecto algo positivo y critico que lo destaca como hombre ilustrado que es. Bueno excelente relato
ResponderEliminarFormalmente se espera que uno le diga a los colaboradores que mantengan su sello y su estereotipo en sus escritos. Pero acá no es el caso.
ResponderEliminarSamir ya había hecho experimentos literarios anteriores en este portal, como una bitacora de estilos.
Cabe recordar que Samir rara vez ocupa el "Subte" argentino, ver esa tecnología obsoleta, con los millones y millones que da el gobierno argentino a los concesionarios, mientras ellos no cumplen su trato.
Tambien recordemo que Samir suele ocupar la Linea 2 del metro, una de las más longevas y restauradas de la red santiaguina de trenes.
Aunque, si lo pensamos bien, tambien le tocó ver en su infancia cómo Al-Qaeda hizo añicos las redes ferroviarias de España (en Atocha y otro lugar) e Inglaterra (incluida la estación King Cross -si, la misma de Harry Potter).
Tendremos que preguntarnos porque podrían pasar estas cosas.