jueves, 2 de febrero de 2012

Saliendo a la rutina

Autor: Samir Muñoz
Categoría: Terrorismo
   La oscuridad se adueña de la ciudad. Prenden los vástagos de sol y la gente se oculta de la niebla en los asfixiantes túneles. Reptan bajo la ciudad hacia sus cubiles, repoblando la halógena urbe. Entré al metro a eso de los ocho, recién salía del preuniversitario. Aún acá maldigo la competitividad que te obliga a sacrificar momentos, miradas, juventud. Es atroz como los jóvenes deben bajar juntos a los de mirada gris, creyendo que ese es su futuro, contagiados, y tal vez, aterrorizados. Así es como aíslan en su utopía musical para ahuyentar la condenada realidad.

   Mientras caminaba, antes de llegar a la estación, me llenaban sus ojos pardos, su nombre anónimo, una clase posible e idealista, atravesar la sala, lograr su sonrisa. Un hombre tosco me golpeó con su maletín y le mire con molestia y odio. Ese odio que germina en el encierro, del aislamiento y ver que nadie es capaz de abrir los ojos. La noche exalta a los asfixiados. Taciturna la gente olvida su destino, que es demasiado corto para gastarlo en enojar.

   Odie el maletín negro, el muslo donde se había enterrado me dolía. Recordé el noticiario de la noche anterior, el atentado en la línea verde. Por su culpa tenía que viajar en esta asquerosa y sudorosa vía. Me sentía parte del rebaño. Habían muerto unos cientos de personas. Llantos sin nombre para los Mass Media. El grupo extremista alegaba, si eso era alegar, por el cese de la guerra con nuestro vecino. Que importa un pedazo de desierto, cordillera o pasto, si ya no han sido explotados es que son un punto ignorado del mapa, no hay que dejarse avasallar. Eso no justifica la muerte de los jóvenes, usados como melé, aquellos con principios y sueños, dispuestos al sacrificio. Esta guerra es solo una excusa para enaltecer la alicaída imagen de la secta gobernante. Pero eso no justifica matar a tu propio pueblo para demostrarte contrario.

   Maldito atentado que me provocaba paranoia, pues un escalofrío me recorrió cuando el desvarío tocó la posibilidad. Maletín negro, mirada hosca, cejijunto, nervioso, vestido oscuro y desgreñado. Ahuyenté la teoría absurda, pero me mordía la idea. Él se sentó en el suelo y me miro inexpresivo, un escalofrío me recorrió. Me puse los audífonos para escapar del amenazante mundo. Más tranquilo alternaba los indicios de abulia con la cara de ella, y de vez en cuando desdeñaba la idiota conjetura que me perseguía. Avanzamos algunas estaciones y el vagón comenzó a hervir, le es imposible contener el calor de tantos cuerpos avergonzados, de tantos condenados. Esta maldita sociedad y su conformismo, se ajustan a como son las cosas y lloran en la almohada, mas de día su careta es la mirada perdida en el horizonte. Pueblo-rebaño te haré respetar a los zorros, ya no te protegerá la aristócrata manada.

   La idea me devoraba. Lo veía transpirar y me corroía, sus ojos siguiendo las estaciones esperando algo, su mano jugando con los cierre del maletín. Habíamos pasado ya seis estaciones, seis lapsos de eternidad, del ir y venir de sus dedos entre los cierres asesinos. El tren se detuvo. Lo observé transpirar frío, la falta de vapor a su alrededor lo delataba. Vi sus manos crisparse mientras sus pupilas se dilataban. Aullé con la mirada a los policías que subían con sus perros a registrar el tren ¡Ayuda! pero respondieron con un general no se preocupen, es rutina, medidas de precauciones, mientras uno más lascivo que otro miraba a una chica. Parches sociales, intentan engañar al rebaño como si en verdad fuese estúpido, como si unos perros pudieran hallar la bomba. El hombre sudaba mientras se aferraba a su arma, su mano dudaba, mientras mi grito no escapaba, mi voz se ahogaba en el pavor cuando los policías salieron sonrientes y el vagón volvió a avanzar. Tocó los cierres, los soltó, alguien se interpuso. El terror no me dejaba respirar. Llegábamos a la última estación y yo esperaba el momento fatal. El tren cambio de vía bruscamente y vi el maletín abierto mientras el sacaba un sándwich con ojos ávidos. Mis miedos acabaron. Estaba decidido. Por fin respiré.

  Allí fue cuando el tren explotó.

2 comentarios:

  1. Que oscuro cuento, nunca pensé que samir escribiera algo como de ese estilo, pero se nota que tiene ese aspecto algo positivo y critico que lo destaca como hombre ilustrado que es. Bueno excelente relato

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  2. Formalmente se espera que uno le diga a los colaboradores que mantengan su sello y su estereotipo en sus escritos. Pero acá no es el caso.

    Samir ya había hecho experimentos literarios anteriores en este portal, como una bitacora de estilos.

    Cabe recordar que Samir rara vez ocupa el "Subte" argentino, ver esa tecnología obsoleta, con los millones y millones que da el gobierno argentino a los concesionarios, mientras ellos no cumplen su trato.

    Tambien recordemo que Samir suele ocupar la Linea 2 del metro, una de las más longevas y restauradas de la red santiaguina de trenes.

    Aunque, si lo pensamos bien, tambien le tocó ver en su infancia cómo Al-Qaeda hizo añicos las redes ferroviarias de España (en Atocha y otro lugar) e Inglaterra (incluida la estación King Cross -si, la misma de Harry Potter).

    Tendremos que preguntarnos porque podrían pasar estas cosas.

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