Autor: Gonzalo Fernández
Categoría: Hechicería
“Veintisiete
años de entrenamiento, ¿Para ésto?...” Era el pensamiento que
tenía mientras mi tía, Rayen Millacura, echaba un líquido por toda
una cuadra de Boca sur. El objetivo de ello era que nadie se
acercará al lugar y no arriesgar la vida de muchas personas. Yo no
entendía lo que quería decir con ello ni menos aún cuando me dijo
que me trajera mi lanza, la cual en ese momento estaba envuelta en su
funda, de forma que pudiera sacarla cuando el momento lo estime
conveniente y ninguna persona se alarmara por ella. Sin embargo, nada
de lo que había aprendido en mis entrenamientos y enseñanza
escolares, me prepararía para lo que iba ocurrir.
–
Anaganamón,
prepárate para lo desconocido – Me decía mi tía cuando intentaba
sacar información sobre la razón del porqué estábamos en ese
lugar, en frente de un
jardín infantil y una estación de bomberos. Las mismas palabras
que me decía mi maestro, Miguel, cuando realizamos practicas de
combate.
Nunca
puede entender esos entrenamientos ni la razón de ello. Sólo tenía
que soportarlos. Soportar estar días con enormes troncos en la
espalda, estar hora bañándose completamente desnudo en medio de una
cascada, aprender utilizar distintas armas tanto tradicionales como
los revolver modernos, como también la forma contrarrestar un ataque
de ellas, y tantas otras cosas que fortalecer mi mente, cuerpo e
espíritu para proteger y defender, pero nada de eso me aclaraba mis
dudas. “Eso se verá en la practica. A veces las cosas hay que
vivirlas para poder creer en ellas”, decía muy alegremente mi
maestro. Luego, pegarme con un palo para que siguiera entrenando y no
perdiera el tiempo.
Mientras
esperábamos lo que se iba a venir, mi tía se sentó en la acera y
se puso a tomar un mate, sirviéndose agua de un termo que trajo
consigo en su cartera donde se encontraba una rama de canelo y su
kultrún.
Por mi parte, me mantenía algo alerta a cualquier eventualidad...
Bueno la típica que uno puede encontrar en una población algo pobre
y en que cualquier extraño parezca una amenaza. Después de todo
para eso fui entrenado... aunque... Podía sentir una tensión en el
aire. Sabía que algo iba ocurrir pronto y más aún lo sabía los
zorzales, gatos y perros del lugar, incluso los niños del jardín
estaba algo nerviosos, mientras las parvularias se extrañarán de
que ellos no jugarán o reían como era normal.
Cuando
ya no podía soportar el aburrimiento y mi tía se terminaba de tomar
su mate, una niebla negra apareció de repente. Comprendí de
inmediato al ver la cara de mi tía, de que era lo que estábamos
esperando. La extraña niebla comenzaba a tomar la forma de un
especie de criatura con partes mecánicas y robóticas, con la
apariencia de un perro, pero no cualquier perro, sino de aquel que me
aterrorizaba con sus ladridos y sus ojos amarillos inyectados de
furia, cada vez que pasaba por ese fundo para llegar a mi casa,
durante mi infancia.
–
¡Reacciona Anaganamón! – me gritó mí tía y bloqueé a tiempo
las zarpas metálicas del extraño ser, con la lanza desenfunda en
mi mano.
En
ese momento recordé las palabras Miguel: “Trepelaimidzuam,
vigilarse a si mismo. Siempre recuerdalo, Anaganamón” y pude
entender eso y todo lo que he aprendido, mientras me enfrentaba a la
monstruosidad y mi tía Rayen, se paró para recitaba un cántico al
compás de su kultrún, que al tocarlo con la rama del canelo, hacía
aparecer una especie de aura alrededor de ella y el instrumento.
La
criatura parecía ser afectado por los cánticos de mi tía e
intentaba atacarla, pero yo me ponía delante de ella y detenerla. En
un momento pudo lastimarme con sus zarpas parte de mi brazo derecho,
pero no fue nada grabe, y pude clavarle mi lanza mientras, su sangre
azul y viscosas me manchaba y se derramaba en el cemento. Podía
percibir como los niños gritaba del miedo, mientras las parvularias
no reaccionaba. Pero en un momento, noté que la criatura perdía
consistencia mientras lo retenía con todas mis fuerzas.
–
¡No,
no quiero regresar al interior de Ngen- Wekufe! El Vacío que
contiene... – fue lo único que dijo el extraño ser, mientras
desaparecía en el aire.
Cuando
todo terminó, mi tía estuvo apunto de caerse pero la pude agarrar a
tiempo. Se notaba que estaba agotada por todo el esfuerzo realizado.
Un esfuerzo que iba más allá del mero desgaste físico.
–
Tía Rayen, ¿se encuentra bien? – le dije, mientras intentaba
pararla
–
Sí hijo, me encuentro bien, sólo estoy algo cansada. Resultó un
ser un bicho muy terco – respondió sonriendo.
–
Hablando de eso, ¿qué era esa cosa?
–
Se llama Wekufe, seres sin forma que a partir de los miedos de las
personas pueden crear sus cuerpos.
–
¿Por eso adquirió la forma de la apariencia del perro que me
atormentaba en Temuco?
–
Exacto, y además también incorporó los miedos de los niños del
jardín infantil. Algunos niños tienen miedo a los robots...
–
¿Entonces son malignos?
–
No son ni buenos ni malos. Piénsalo como una fuerza de la
naturaleza.
–No
lo comprendo, si son malignos, ¿no debemos exterminarlos?
–
¡Je, je, je! – rió mientras se soltaba de mí y me miraba a los
ojos, como imponiendo su carácter –. Si ese es el caso, ¿no
deberíamos exterminar a los pumas, por ser animales que nos pueden
matar? – dijo, dejándome en silencio con la respuesta.
–
Todos formamos parte de un organismo... tienes mucho que aprender
Anaganamón – dicho eso, no le pregunté qué es un “Ngen-Wekufe”
y me quedé callado. Luego me dijo que ya habría oportunidad para
ello y de aprender más.
Una
vez que nos fuimos, un grupo de niños del jardín salieron y se
despidieron de nosotros, alzando sus manos y gritando alegremente.
Nada mal para ser mi primer día, como guarda espalda de una machi.
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